sábado, 23 de mayo de 2009

Jed Rubenfeld. La interpretación del asesinato


No hay misterio en la felicidad.
Los hombres infelices son todos parecidos. Alguna herida de hace mucho tiempo, algún deseo denegado, algún golpe al orgullo, algún incipiente destello de amor sofocado por el desdén -o, peor aún, por la indiferencia-, se aferra a ellos, o ellos a lo que les hizo daño, y así viven cada día en un sudario de ayeres. El hombre feliz no mira hacia atrás. Vive en el presente.

No hay nadie capaz de mantener un secreto -dijo Freud-. Si sus labios se mantienen cerrados, hablará con las puntas de los dedos.

-No tienes que avergonzarte de nada. No somos responsables de nuestros sentimientos; y por tanto ningún sentimiento ha de causarnos vergüenza.

Tendré que actuar como si no la amara, como si no sintiera nada por ella.

Es imposible describir las ideas que me vienen a la mente cuando imagino a esta mujer, y la imagino casi a cada instante de vigilia. Bien, no es imposible, pero tampoco aconsejable. Lo que literalmente no puedo describir es el vacío que siento en los pulmones cuando no estoy en su presencia. Es como si muriera de deseo de ella.

-[Jung] Así, el neurótico se da a sí mismo una razón ilusoria para castigarse. Se siente culpable de un deseo que jamás tuvo.
-Ya veo. ¿Qué es entonces lo que ha causado la neurosis? -preguntó Freud.
-Su conflicto actual. Cualquier deseo que el neurótico no admite tener. Cualquier tarea vital a la que no logra enfrentarse.

-¿Es usted honrado?
-En exceso -dije-. Pero sólo porque soy un pésimo actor.

Estudié sus mendaces ojos azules con tanta hondura como me fue posible. O bien se creía lo que estaba diciendo, o bien era la mayor mentirosa con que me había topado en la vida, que lo era.

Hay gente que necesita hacer realidad aquello que más le atormenta.

-El doctor Freud dice que la infelicidad nos la causa el no poder liberarnos de nuestros recuerdos.
-¿Y dice cómo se supone que tenemos que liberarnos de nuestros recuerdos?
-Recordándolos.

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