lunes, 18 de mayo de 2009

Bioy Casares, Adolfo





La aventura de un fotógrafo en La Plata

-No hay estafador que no sea simpático: requisito indispensable para estafar.


El gran Serafín


Respiró la tonificante vanagloria, cumbre de júbilo que no alcanzamos en el transcurso de ningún hecho, sino después, ante el auditorio amigo, cuando nos pavoneamos.

Cuando mucho monologamos en la soledad, bordeamos la locura.

Las sospechas tienen verdadero talento para hallar su confirmación.

Hasta caer de viejos llevamos dentro a un adolescente sentimental.

Me describía como si me conociera, pero por desgracia el tono era despectivo.

El caballero se reconoce en que apechuga de tarde en tarde.

Hasta llegar al punto de saturación en que de veras no la aguantamos, una mujer no ha dado de sí cuanto puede.

Nadie se obstina a disgusto.

Para sembrar la vida de modestos triunfos, que tanto la mejoran, el hombre astuto no se conforma con la buena suerte sino que aporta su toque habilidoso.

La infalible mecánica del alcohol.

A continuación la incalculable realidad desplegó lo que no vacilo en describir como la culminación de mi vida, su noche más extraordinaria.

La vida está demasiado agolpada de cosas para que la vivamos fuera del recuerdo, que ni siquiera es ilusión.

Los topetazos de los años.

Una de esas máximas que justifican cualquier conducta.

Tiemblo al referirlo: por un interminable lustro su nombre no afloró a mis labios. El olvido no participó en ese monumental silencio. Perla estuvo en mi memoria, como en un santuario, y yo -pecador arrepentido, lastimero, enamorado- todos los días la visitaba allí.

El miedo no es zonzo, pero sí triste.

(...) es que uno vive solo, deseando encuentros imposibles.

Historias desaforadas


-¿Qué lo trae por acá?- preguntó, como si para hablar tuviera que sobreponerse al cansancio.

Empecé por no estar seguro, para después caer en remordimientos, quizás infundados, pero bastante vivos.
Durante largos años anduve sin rumbo entre un amor y otro: pocos para tanto tiempo, y mal avenidos y tristes.

Reflexioné que si no salía de dudas me preparaba un futuro angustioso, y que si preguntaba me exponía a recibir como respuesta una certidumbre capaz de volver imposible la continuación de la vida.

Esperar no me bastó; imaginé. Soñaba con nuestra reunión. Como un exigente director de cine, repetía la escena hasta el cansancio, para que fuera más triunfal y conmovedora. Muchos opinan que la inteligencia es un estorbo para la felicidad. El verdadero estorbo es la imaginación.

Lo más extraordinario, tal vez lo más triste, era que yo reaccionaba con indiferencia.

“Los sueños son convincentes”, se dijo, “pero no voy a permitir que la superstición prevalezca sobre la cordura. Es claro que la cordura no es fácil cuando hubo una desgracia y uno está solo y mal informado”.

El que se demora demasiado en examinar sus proyectos, no los ejecuta.

(…) me contó que la noche que nos cruzamos en la calle Montevideo soñó que yo la robaba en un automóvil Packard. Me sentí halagado, sobre todo por mi papel en el sueño, pero también por el automóvil. La vanidad es bastante grosera.

Y, en todo caso, no era más que un proyecto que tal vez nunca se cumpliera. Como quien razona para calmar a otro, se dijo: “Además, nada de esto me concierne”. No se calmó. Se entristeció más aún.

Extrañaba a la muchacha. Como sujetado a algo ajeno a su voluntad no la buscó ni la llamó. A lo largo de días, meses, años, que se fueron, según él “en un descuido” (…)

(…), vos inencontrable, tenía que agarrarme de algo. Un desesperado cree en cualquier cosa.
-Es verdad, en cualquier cosa.

(…) Lo que es yo, no voy a permitir que me contagien la angustia”. Iba a agregar “por lo menos hasta mañana a la mañana”, cuando se acordó de la otra angustia y se dijo: “Qué estúpido. Todavía tengo ganas de hacerme el gracioso”.


Historias de amor

(...) los mejores premios de la fortuna se nos dan gratuitamente y que tal vez para restablecer el equilibrio de la justicia resbalan como el agua entre las manos. Yo flotaba aún, mirando el techo, por íntimas lejanías (...)

Me excuso por relatar pormenores como éstos; indudablemente, son un poco ridículos, pero quedan en la memoria de un hombre y cuando reconoce que a pesar de todo en la vida hubo dulzuras y que vivirla valió la pena, ténganlo por seguro, está pensando en ellos.

Por detalles como éste uno descubre que está soñando, reflexioné, cuando regresaba. En verdad, todo el día parecía un sueño. De pronto me dije: "Con tal de que pensar estas tonterías no me traiga mala suerte. Con tal de que tardar tanto no me traiga mala suerte. Con tal de que no haya pasado nada malo". El miedo lo vuelve a uno supersticioso.

La verdad es que hasta al hombre más cobarde le llega la hora de hacer frente.

La verdad es que reclamamos lógica para los demás, y nosotros prescindimos de ella.

Yo he descubierto que es muy peligroso aplicar a la conducta ideas literarias.

Con dolor en el corazón, recordó que en alguna época había anhelado una seguridad como la que ahora tenía: la seguridad de que nada pudiera ocurrir.

En cuanto a nosotros mismos, nos imaginamos transparentes; no lo somos. Lo que sabe de nosotros el prójimo, lo sabe por una interpretación de signos; procede como los augures que estudiaban las entrañas de animales muertos o el vuelo de los pájaros. El sistema es imperfecto y trae toda clase de equivocaciones.

(…) lo que oye: yo sabía esto, pero lo había olvidado.

En todo hombre se embosca un traidor.

(…) y quiso la buena suerte que sin perder tiempo yo diera con una de esas máximas que justifican cualquier conducta.

Hubo un silencio en que oí el segundero de mi reloj.



El humor en la literatura y en la vida

Italo Svevo, minutos antes de morir, pidió un cigarrillo al yerno, que se lo negó. Svevo murmuró: “Sería el último”.

En tal sentido, si mis fuentes son veraces, Buster Keaton, el actor cómico, tuvo una muerte ejemplar. Alguien, junto a su cama de enfermo, observó: “Ya no vive”. “Para saberlo –respondió otro-- hay que tocarle los pies. La gente muere con los pies fríos.” “Juana de Arco, no” dijo Buster Keaton, y quedó muerto.


El último piso-¿Para brindar por mi error? Me parece muy bien.


Dormir al sol

La vida ahora me enseñó que el amor por las cosas, como todo amor no correspondido, a la larga se paga.

Creo que sonreí satisfecho, pues cualquier aprobación retempla a quien no las oye seguido, (...)

Yo me pregunto si algunas mujeres no necesitan disgustos y peleas para vivir en paz.

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