sábado, 24 de octubre de 2015

Baricco, Alessandro. Mr Gwyn y Tres veces al amanecer

(...) estudiaba a fondo cómo iba a explicarle el asunto, y a pesar de que ella seguía sin aparecer, él acabó hablando con ella, como si estuviera allí, y escuchando sus respuestas. (De Mr Gwyn)

(...) y pensaba en la misteriosa permanencia de las cosas en la corriente nunca quieta de la vida. pensaba que, viviendo con ellas, uno acaba dejando siempre algo como una ligera mano de pintura, el tinte de ciertas emociones destinadas a decolorarse, bajo el sol, en recuerdos. (...) Pensaba en la misteriosa permanencia del amor, en la corriente nunca quieta de la vida.
(De Tres veces al amanecer)

viernes, 16 de octubre de 2015

Número 3, por Baricco.

(...) según una lógica imperiosa, los mayores decidieron que tenía que jugar en la defensa. En esa época tenía yo la idea de que la vida era un deber que tenía que cumplirse, no una fiesta que había que inventar, y por eso durante años me ceñí a esa indicación categórica, creciendo con la mentalidad de un defensor y ascendiendo en las categorías futbolísticas llevando en la espalda el número 3. Era, en esa época, un número carente de poesía, si bien aludía a una disciplina enérgica e imperturbable. Se correspondía más o menos con la idea, imperfecta, que me había hecho de mí mismo.
     En ese fútbol, el defensor defendía. Era un tipo de juego en el que si uno llevaba en la espalda el número 3, podía jugar decenas de partidos sin traspasar nunca la línea del centro del campo. No era necesario. Si el balón estaba allí, tú esperabas aquí, y te tomabas un respiro. El asunto te proporcionaba una extraña percepción del partido. Yo, durante años, he visto a mi equipo marcando goles lejanos y vagamente misteriosos: era algo que ocurría allá al fondo, en una parte del campo que no conocía y que, a mis ojos de defensa lateral, reproducía el aura legendaria de una localidad balnearia, más allá de las montañas: mujeres y gambas. Cuando marcaban un gol, allá al fondo se abrazaban, esto lo recuerdo bien. Durante años vi cómo se abrazaban, desde lejos. De vez en cuando incluso me dio por recorrer todo el campo para unirme a ellos, y abrazarme yo también, pero la cosa no salía muy bien: uno siempre llegaba un poco tarde, cuando la parte más desinhibida del asunto ya había terminado; y era como emborracharse cuando los demás ya están volviendo para casa. Así que la mayor parte de las veces me quedaba en mi sitio: entre defensores, intercambiábamos alguna sobria mirada (...)
     En esa época existía la marca al hombre. Esto significa que durante todo el partido jugabas pegado a un jugador contrario. Era lo único que se te pedía: anularlo. Este imperativo comportaba una intimidad casi embarazosa. Era un fútbol simple, por lo que yo, que llevaba el número 3, marcaba a su número 7, y los números 7 eran, en el fondo, todos iguales. Delgaditos, piernas torcidas, rápidos, algo anárquicos, unos liantes de cuidado. Hablaban mucho, se peleaban con todo el mundo, se ausentaban decenas de minutos, como presas de repentinas depresiones, y después te engañaban como serpientes, escabulléndose con una imprevista vitalidad que tenía el aspecto de la convulsión de un moribundo. (...) Lo demás era una partida de ajedrez en la que él llevaba las blancas. Él inventaba, tú destruías. Por lo que a mí respecta, el mejor resultado era verlo marcharse expulsado por protestar, sumido ya en plena crisis nerviosa, con sus compañeros mandándolo al infierno. Yo disfrutaba mucho cuando, al salir, anunciaba, gritando que él no volvería a jugar nunca más con ese equipo: ahí encontraba yo el sentido de un trabajo bien hecho.
(...) y cuando de verdad te encontrabas en dificultades se la pasabas hacia atrás al portero. Eso era todo. Me gustaba.
(...) Era esa clase de fútbol. Nunca he dejado de echarlo de menos.
(De Los bárbaros)

martes, 29 de septiembre de 2015

Safier, David.

     -Entonces te contaré la historia del amor más grande que jamás haya habido en Stratford-upon-Avon y probablemente en toda Inglaterra.
     Pronunció esas palabras en un tono que me provocó un escalofrío.
     -En Stratford había dos familias; la familia del zapatero Shakespeare y la familia del granjero Hathaway, ambas iguales en nobleza, enemistadas por antiguos rencores...
     -¿Antiguos rencores? ¿Qué antiguos rencores?- lo interrumpí.
     -Con los antiguos rencores, nunca se sabe -contestó lacónico.
     Eso sonaba un poco a Asterix en Córcega. O como en los Balcanes.

     -Sería en verdad sorprendente que la vida fuera de repente justa -objeté.

(De Yo, mi, me... contigo)

Y es que a veces las ilusiones deparan más alegrías que la realidad. (De ¡Muuu!)

jueves, 24 de septiembre de 2015

Baricco, Alessandro. Tierras de cristal.

Todas estas cosas y el rostro de Jun. Aquellas dos imágenes le habían entrado por los ojos como la instantánea percepción de la felicidad absoluta y sin condiciones. Se las llevaría consigo para siempre. Porque es así como te fastidia la vida. Te pilla cuando todavía tienes el alma adormecida y siembra en su interior una imagen, o un olor, o un sonido que después ya nunca puedes sacarte de encima. Y aquélla era la felicidad. Lo descubres después, cuando ya es demasiado tarde. Y ya eres, para siempre, un exiliado: a miles de kilómetros de aquella imagen, de aquel sonido, de aquel olor. A la deriva.

La verdad es que se ven y se oyen y se tocan tantas, tantas cosas... es como si lleváramos dentro de nosotros a un viejo narrador que todo el rato no hiciera más que contarnos una historia jamás acabada y rica en miles de detalles. Él nos la relata, sin detenerse jamás, y eso es la vida.

Sobre todo le encantaba aquella mágica capacidad de escribir líneas y líneas sobre algo cuyo nombre, sin embargo, se omitía. Una prolija catedral sintáctica construida sobre una semilla de pudor. Genial.

si por ejemplo se pudiera en el mismo instante, justo en el mismo instante, al mismo tiempo -si se pudiera apretar una rama helada en la mano, beber un sorbo de aguardiente, ver volar una carcoma, tocar el musgo, besar los labios de Jun, abrir una carta que se espera desde hace años, mirarse al espejo, apoyar la cabeza en la almohada, acordarse de un nombre olvidado, leer la última frase de un libro, oír un grito, tocar una telaraña, advertir que alguien nos llama, dejar que se nos caiga de la mano un jarrón de cristal, cubrirse la cabeza con la manta, perdonar a alguien nunca perdonado...

Todo aquello que existía, yo lo he visto al mirarte a ti. Y he estado en todas partes estando contigo. Es algo que no seré capaz de explicar nunca a nadie. Pero es así. Me lo llevaré conmigo y será mi secreto más hermoso. Adiós, Dann. No pienses nunca en mí si no es riendo. Adiós.


miércoles, 2 de septiembre de 2015

Nothomb, Amélie. Viaje de invierno.

Todos los lectores deberían copiar los textos que les gustan: no hay nada mejor para comprender qué los hace tan admirables. La lectura excesivamente rápida no permite descubrir lo que esa simplicidad esconde.

(...) ella cerró los ojos. "¿Qué significa esa reacción?", le dije. "Me acurruco en tus palabras", respondió.


Escenas, películas, vidas. Por Alfred Hayes.

     Era como la escena de una mala película, si es que todavía hacían cosas así en las películas; pero sobre todo era como la escena de una mala vida. (De Los enamorados).


Rayos X por Parés

Publicado en La Nación, 2 de septiembre de 2015

miércoles, 1 de julio de 2015

Gazdanov, Gaito. El espectro de Alexander Wolf.

     (...) ¿qué más dirás de mí?
-Añadiré que sabías sentir mejor que hablar, y que las inflexiones de tu voz eran más elocuentes que tus discursos. Pero tal vez nunca llegue a decírselo a nadie.

     Su borrachera tomaba caracteres de erotismo bonachón; bebía a la salud de mujeres que permanecían unos instantes a su lado y parecía absolutamente dichoso.


Baricco, Alessandro. City.

     

La impresión general que daba era la de una casa señorial por donde había pasado el FBI buscando un microfilm de los polvos del presidente en un burdel de Nevada.

     (...) la imagen dorada de un billar puede convertirse en una metáfora exacta del error, y en lugar casi demostrativo de la humana inaccesibilidad a la exactitud. Una sola velada en Merry's le hubiera proporcionado útiles indicaciones sobre la irremediable injerencia del azar en todas las figuras geométricas. Bajo la luz humeante colgada sobre tapetes verdes manchados de grasa habría visto caras en las que se ratificaba, como en jeroglíficos, la derrota de una ilusión, la de querer entrelazar armónicamente intención y realidad, imaginación y hechos.

     En general, el lateral derecho era físicamente más compacto y psicológicamente más rudo. Tenía un enfoque racional de las cosas, y procedía según deducciones lógicas, generalmente carentes de variaciones imaginativas. Se subía los calcetines cuando se le caían, y rara vez escupía al suelo. El lateral izquierdo, en cambio, tendía a asumir rasgos de su antagonista directo, el extremo derecho, notable individuo de carácter imprevisible, con marcadas tendencias anárquicas y notorias fragilidades mentales. El extremo derecho convierte su zona de campo en una tierra sin reglas donde la única referencia estable es la línea lateral, una franja de yeso blanco que busca con desesperación. El lateral izquierdo, que en su condición de lateral posee un perfil psicológico de base más bien tendente al orden y a la geometría, se ve obligado a adaptarse a un ecosistema incómodo para él, y es en consecuencia, por vocación, un perdedor. La necesidad de adaptar constantemente sus reacciones a esquemas por completo imprevisibles lo condena a una perenne precariedad espiritual y también, a menudo, física.

     Tenía algunas certezas discutibles que resumía en una máxima con la que desde hacía años terminaba cualquier discusión: "las manos en el área son siempre voluntarias, el fuera de juego nunca es dudoso, las mujeres son todas unas putas". Sostenía que el universo era "un partido jugado sin árbitro", pero, a su manera, creía en Dios: "es el juez de línea y se equivoca en todos los fuera de juego".

     - Mondini se retiró cuando tenía treinta y cuatro años. El último combate fue contra un negro de Filadelfia, que también estaba en las últimas. Cuando lo vio subir al ring, Mondini llamó a su mujer, que siempre estaba en primera fila, y le dijo: 
     -¿Has cogido el dinero?
     -Sí.
     -Vale. Apuesta todo a mi favor, a los puntos.
     -Pero...
    - No discutas. A mi favor, a los puntos. Y esperemos que ése aguante hasta el final.
     Mondini fue a la lona en el segundo asalto y después otra vez al séptimo. No peleaba mal, pero no había forma de ver salir aquel maldito gancho de derecha. El negro lo lanzaba bien, se lo metía sin que pudiera verlo. Le soltó uno en el décimo, y lo tumbó en seco. Mondini lo vio todo confuso durante un rato. Después vio a su mujer que lo miraba, inclinada sobre la camilla de los vestuarios. Entonces intentó sonreír.
     -No te preocupes. Empezaremos desde cero.
    -Ya está hecho -le respondió la mujer-. Lo he apostado todo al otro.

     -Perdonen, ¿podrían decirme qué hora es?
     El tono es el de un náufrago que pregunta cuánta agua ha quedado para beber.

viernes, 26 de junio de 2015

Enojos.

Al principio se enojó con ella, luego se enojó consigo mismo por haberse dejado manipular como un pelele.
(Elliott, Bruce. Uno es un número solitario).

sábado, 30 de mayo de 2015

Baricco, Alessandro. Océano mar.

     -Es posible. Pero muy improbable.
     Sólo los grandes doctores saben ser tan cínicamente exactos.

     Uno se construye grandes historias, ésa es la verdad, y puede seguir creyéndoselas durante años, no importa lo absurdas que sean, ni lo inverosímiles, te las llevas contigo y basta. Se es hasta feliz con cosas así. Feliz. Y podría no acabar nunca. Luego, un día, sucede que se rompe algo en el corazón del gran artefacto fantástico, zas, sin razón alguna, se rompe de repente y tú te quedas ahí, sin comprender cómo es que toda aquella fabulosa historia ya no la llevas encima, sino delante, como si fuera la locura de otro y ese otro fueras tú. Zas. A veces, basta con nada. Incluso una sola pregunta que aflore. Basta con eso.

     Él dice que escribir a alguien es la única forma de esperarlo sin hacerse daño.

     Instantes como agujas.


viernes, 22 de mayo de 2015

Nothomb, Amélie. La nostalgia feliz.

   

     -Su bonsái agoniza.
     -Lo sé. ¿Qué me recomienda?
     -Nada.
     -Seguro que algo se podrá hacer.
     -¿Contra la muerte?

      Cuando una historia es tan perfecta, uno teme no estar a la altura en el futuro. Me asustan los reencuentros. Los temo tanto como los deseo.

     Es lo que resulta más absurdo de eso que me hace las veces de personalidad. No sé cómo denominar este ridículo aspecto de mi ser.

     Cuanto más banal es una pena, más profunda resulta.

     Es una ley inmutable del universo: si se nos proporciona la oportunidad de experimentar una emoción intensa y noble, siempre se produce un incidente grotesco para fastidiarlo.

     Una alegría de superviviente circula por mi interior.

     -¿Iba a un centro católico sin saberlo?
     -Hemos encontrado fotos de las maestras. Iban vestidas de religiosas. ¿No se fijó en eso?

     (...) todos estamos llamados a aspirar a lo que nos supera, lo que estaría muy bien si no fuéramos de los que sufren tanto al no alcanzarlo.

     Lo juro. El simple hecho de haber tenido que prestar juramento indica el error.

lunes, 11 de mayo de 2015

Banville, John. Eclipse.

     


     Estaba asustado, y ya podía estarlo. Imaginaba aquellos pesares; aquellas euforias.

     De todos mis recuerdos de aquella época permanece una leve sensación de bochorno. Yo no era del todo lo que fingía ser.

     Los cuartos de baño poseían enormes retretes que eran como un trono, con asientos de madera, y las bañeras parecían hechas para dejar en ellas novias recién asesinadas; (...)

     ¿Qué puedo hacer sino quedarme de pie sobre este promontorio que se desmorona y contemplar el pasado mientras mengua en la distancia?

     Detecté en mi voz ese tono siniestro, empalagoso y falso de quien quiere parecer inofensivo, la voz de un malicioso viejo verde.

     Busco a tientas los huecos, los lugares vacíos, mi mente se mueve como los dedos de un ciego sobre las palabras, que siguen negándose a entregarme su secreto.

domingo, 8 de marzo de 2015

Desde luego... por Philip Roth.

     Desde luego, no debería sorprendernos el descubrimiento de que en nuestra vida ha habido un acontecimiento, algo importante, de lo que no sabíamos nada. Nuestra vida es en sí y por sí misma algo de lo que sabemos muy poco.

     (...) y, con el corazón latiéndome como si me dispusiera a cruzar la frontera del estado para cometer un asesinato, me encaminé a la avenida Chancellor y subí a un autobús con destino a Nueva York.

     Fue una estupidez. Sentimental, mojigato y estúpido, y tampoco fui muy clarividente.
     
     Cada alma su propia fábrica de traición, por la razón que sea: supervivencia, excitación, avance, idealismo, por el daño que es posible hacer, por el dolor que se puede infligir, por la crueldad y el placer que hay en ella. El placer de manifestar tu poder latente. El placer de dominar al prójimo, de destruir a tus enemigos. Los sorprendes. ¿No es ése el placer de la traición? El placer de engañar a alguien. Es una manera de pagar a la gente por la sensación de inferioridad que despiertan en ti, de la humillación que te causan, de tu frustración en tus relaciones con ellos. Su misma existencia puede ser humillante para ti, ya sea porque no eres lo que ellos son o porque ellos no son lo que tú eres. Y así les das su merecido.
     Desde luego, los hay que traicionan porque no tienen alternativa.

     Porque aquello que los fuertes son capaces de hacer es espantoso, y lo que son capaces de hacer los débiles también lo es.

     No debería haber tenido el apetito de experiencia de un ser humano ni la incapacidad humana de conocer el futuro ni la propensión humana a cometer errores.

     Pero como también soy un hombre entrado en años, sabedor de las conclusiones muy poco favorables a las que uno puede llegar cuando sondea su vida, no lo hice.
(De Me casé con un comunista)

jueves, 26 de febrero de 2015

Fidelidad, por W. R. Burnett.

     Timmons se conformaría con poco y era no solamente un hombre fuerte sino fiel como un perro mestizo, si bien no tan brillante como esta clase de animales.
(De La jungla del asfalto).

lunes, 2 de febrero de 2015

Coloradas veraniegas, por Parés.


Publicado en La Nación, 9 de febrero 2015


Publicado en La Nación, 30 de enero 2015

Publicada en La Nación, 21 de febrero 2015

Publicado en La Nación, 2 de febrero 2015



miércoles, 28 de enero de 2015

DT Motivador

Publicado en The Mirror, 28 enero 2015.

Publicado en The Mirror, 18 febrero 2015.

Baricco, Alessandro. Esta historia.

Porque el corazón de los hombres no corre recto, y no hay orden, tal vez, en su caminar.

Odio los signos de exclamación. En estas líneas coloco tantos porque el único tono que se me ocurre para dar las gracias es el surrealista que siempre tiene Vonnegut en sus libros, una milagrosa vía intermedia entre la cogorza y el humor inglés. Es de él de quien proceden todos estos signos de exclamación. ¡Larga vida al gran Vonnegut!

(...) lo miró como podría haber mirado un charco de vómitos en el vestíbulo de un hotel de cinco estrellas.

-Creo que es algo que tiene que ver con la espera. Si es capaz de esperarte, te ama.




lunes, 26 de enero de 2015

Modiano, Patrick. Accidente nocturno.

(...) pero no seguí adelante con ese empeño. Al esforzarme por recapitular lo que no tuvo mañana para mí y se quedó en el aire, buscaba una brecha, líneas de fuga. Es que estoy llegando a esa edad en que la vida se va replegando poco a poco sobre sí misma.

El olvido acaba por roer lienzos enteros de nuestras vidas y, a veces, minúsculas secuencias intermedias.


Solución, por Max Aguirre.

Publicado en La Nación, 25 de enero 2015.

martes, 13 de enero de 2015

Whisky, por Ira Levin

La bebida había destapado todo lo que había estado encerrado dentro de él por meses y meses. ¡El whisky era bueno! ¡El whisky era maravilloso!
(De Chip, el del ojo verde)

martes, 6 de enero de 2015

Connolly, John.

-¿Tú te ves a ti mismo cuando te miras en un espejo? (...)
-Ese reflejo tuyo se configura a partir de la imagen que tienes de ti mismo. De hecho, tú creas parte de lo que ves. No somos como somos. Somos como imaginamos que somos.

(...) iba hasta las cejas de coca sazonada con diamorfina, combinación que muy posiblemente pondría un poco tenso incluso a Buda, (...)

Los clientes eran en su mayoría hombres entre cuarenta y sesenta años, sentados solos o de dos en dos. Nadie conversaba. Había un televisor fijado a la pared en un extremo de la barra, resguardado para mayor seguridad tras un par de barrotes de acero que tapaban parcialmente la pantalla. Estaba sintonizado en un canal de noticias, pero tenía el volumen a cero. Daba la impresión de que en el Desperate Measure la clientela había oído ya todas las malas noticias que quería oír en su vida
(De Más allá del espejo)