miércoles, 13 de mayo de 2009

Günter Grass




El tambor de hojalata

Yo no sé, oh, no sé, por ejemplo, con qué llenan las tripas, cuáles tripas se necesitan para llenarlas, no sé con qué, por más legibles que sean los precios del relleno, fino o grosero; no sé lo que está comprendido en el precio, no sé de qué diccionario sacan los nombres de los rellenos, no sé con qué llenan los diccionarios, lo mismo que las tripas; no sé de quién sea la carne ni de quién el lenguaje: las palabras significan, los carniceros callan, yo corto vidrios, tú abres libros, yo leo lo que me gusta, tú no sabes lo que te gusta: cortes de embutido y citas de tripas y de libros –y nunca llegaremos a saber quién hubo de callar, quién hubo de enmudecer para que las tripas pudieran llenarse y los libros pudieran hablar, libros embutidos, apretados, de letra menuda, no sé, pero sospecho: son los mismos carniceros los que llenan los diccionarios y las tripas con lenguaje y con embutido…



No dejaba de experimentar cierto temor a una convivencia demasiado íntima con una musa. Con las musas, decíame, hay que conservar cierta distancia, pues en otro caso el beso de la musa se convierte en costumbre doméstica y cotidiana.


Comprobé con horror que me había aprendido el número de teléfono y la dirección completa de memoria, como si fuera una poesía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario