El capitán Alatriste
(…) era uno de esos hombres que necesitan coartadas que mantengan intacto, al menos, un ápice de propia estimación. En el tablero de la vida cada cual escaquea como puede; y por endeble que parezca, eso suponía su justificación, o su descargo. Y si no resultaba suficiente, como era obvio en sus ojos cuando el aguardiente asomaba a ellos todos los diablos que le retorcían el alma, sí le daba, al menos, algo a lo que agarrarse cuando la náusea era tan intensa que se sorprendía a sí mismo mirando con excesivo interés el agujero negro de sus pistolas.
Y a veces le oía canturrear en voz baja coplillas entrecortadas por los accesos de dolor, versos de Lope, una maldición o un comentario para sí mismo en voz alta, entre resignado y casi divertido por la situación. Eso era muy propio del capitán: encarar cada uno de sus males y desgracias como una especie de broma inevitable a la que un viejo conocido de perversas intenciones se divirtiera en someterlo de vez en cuando. Quizá ésa era la causa de su peculiar sentido del humor áspero, inmutable y desesperado.
Nunca como hoy han naufragado tantas cosas: la cultura, la memoria, la solidaridad, la política, la esperanza, la humanidad. En estos tiempos, Alatriste es un personaje que sugiere un modelo de consuelo, no de solución. Dice que aún queda la dignidad. Y que todavía es posible ser leal, consecuente y salvarse moralmente, ya que no colectivamente.
(Entrevista a A. Pérez Reverte. La Nación, 27/04/04)
El maestro de esgrima.
Una de las muchas virtudes que me precio de no poseer, señora, es el sentido práctico de la vida. Sin duda ya se habrá dado cuenta… Mas no tengo la pretensión de hacerle creer que haya en ello un móvil moral. Limitémonos, se lo ruego, a considerar el asunto como una cuestión de pura estética.
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Las sombras de quienes pudimos ser y no fuimos... ¿no se trata de eso?... de quienes soñamos ser y nos hicieron despertar (...) Las sombras de aquellos a quienes una vez amamos y no conseguimos jamás; de quienes nos amaron y cuya esperanza matamos por maldad, estupidez o ignorancia...
- Sí. Veo que lo sabe perfectamente.
La cicatriz intensificó el sarcasmo de la sonrisa:
-¿Y por qué no habría de saberlo? ¿O acaso cree que sólo los hombres pueden tener una Troya ardiendo a sus espaldas?
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Es hermoso no resignarse a olvidar.
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Flotaba, sin embargo, una certeza en el aire: aquella noche, al término de la conversación que, en apariencia, tenía que haberlos acercado más el uno al otro, algo se había roto entre ambos, definitivamente y para siempre. Ignoraba qué, pero eso era lo de menos; lo inconfundible era el ruido de los pedazos al caer a su alrededor. La joven no iba a perdonarle jamás su cobardía. O su resignación.
El oro del rey
Lo difícil es pelear solo en la oscuridad, sin más testigo que tu honra y tu conciencia. Sin premio y sin esperanza.
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A qué pasar hambre, si es de noche y hay higueras.
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Era como si su mirada se paseara con toda libertad por mi interior.
El caballero del jubón amarillo
- Creo que vuestra mereced ha bebido más de la cuenta.
- ¿Y cuál es la cuenta?
No supe qué responder, y nos quedamos un rato sin decir palabra.
La carta esférica
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- Hágase cargo –concluyó el tipo-. Ellas desean que nos las tiremos. O más bien desean que deseemos tirárnoslas. Pero sobre todo desean que paguemos por ello. Con nuestro dinero, con nuestra libertad, con nuestro pensamiento…En su mundo, créame, no existe la palabra GRATIS.
Seguía allí, con el whisky en la mano como si tal cosa (…)
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Él no era un intelectual, ni un seductor, y carecía de las palabras adecuadas. También era consciente de su físico tosco, sus manos rudas y sus maneras. Pero se habría levantado en ese momento, yendo hasta ella para tocarle el rostro, para besarle los ojos, la boca, las manos, de no suponer que el gesto sería pésimamente interpretado. Para tumbarla sobre la alfombra, acercar los labios a su oído y darle las gracias en voz baja por haberlo hecho sonreír como cuando era pequeño. Por ser una mujer hermosa y fascinarlo de aquel modo. Por recordarle que siempre existía un barco hundido, una isla, un refugio, una aventura, un lugar en alguna parte al otro lado del mar, en la línea difusa que mezcla los sueños con el horizonte.
(…) hizo honor al coñac, dejándolo deslizarse una y otra vez por su garganta hasta que todo empezó a distanciarse un poco, y la lengua y las manos y el corazón y las ingles dejaron de dolerle, y Tánger Soto volvió a ser una más entre los miles de mujeres que cada día nacen, viven y mueren en el ancho mundo, y él pudo comprobar que la mano que iba y venía hacia la copa y la botella se movía cada vez más como a cámara lenta.
La botella estaba por la mitad, justo un poco por debajo de la línea de flotación, cuando Coy, que conservaba un resto de prudencia, dejó de beber y miró alrededor. Todo parecía hallarse en un plano ligeramente escorado, hasta que se dio cuenta de que era él quien se encontraba sobre la mesa con la cabeza caída. Nada más grotesco, pensó, que un fulano mamándose en público, solo y a su aire. Entonces se levantó muy lentamente y salió a la calle. Anduvo procurando disimular su estado, siguiendo discreto con el hombro las paredes a fin de mantener la línea recta.
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A fin de cuentas la vida es breve, y sólo de vez en cuando te pone delante mujeres como ésta. Por lo menos a mí no me las pone.
Siempre hay un tonto que pierde. Y si miras alrededor y no ves ninguno, es que el tonto eres tú.
Tú y yo podemos ser crueles por ambición, por lujuria, por estupidez o ignorancia… Para ellas, sin embargo… Llámalo cálculo, si quieres. O necesidad… un arma defensiva, a ver si me entiendes. Son malas porque se la juegan, y necesitan sobrevivir. Por eso pelean a muerte, cuando lo hacen. Esas putas no tienen retaguardia.
Luego, llegados a cierto punto, el alcohol se encargaría de teñir las imágenes en blanco y negro. Porque después de tantas novelas, tantas películas y tantas canciones, ya ni siquiera había borrachos inocentes. Y Coy se preguntó, envidiándolo, qué debía de sentir el hombre que por primera vez salió a la caza de una ballena, un tesoro o una mujer sin haberlo leído antes en ningún libro.
Lo hice recreándome en la suerte, como los toreros que no tienen apuro.
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-¿Eso es malo?
- No sé si es malo. Sé que es triste.
El club Dumas
Todos tenemos un guiño de complicidad al referirnos a ciertos autores y libros mágicos, que nos hicieron descubrir la literatura sin atarnos a dogmas ni enseñarnos lecciones equivocadas. Ésa es nuestra auténtica patria común: relatos fieles no a lo que los hombres ven, sino a lo que los hombres sueñan.
Dejé aquellas palabras en el aire e hice una pausa, aguardando su efecto. Pero Corso se limitó a levantar el vaso de ginebra para mirarlo al trasluz. Su patria estaba allí adentro.
-Eso era antes- repuso-. Ahora los niños y los jóvenes y toda la maldita gente son apátridas que ven la tele.
No me gustan los regalos –murmuró Corso, hosco-. Una vez unos tipos aceptaron cierto caballo de madera. Artesanía aquea, ponía en la etiqueta. Los muy cretinos. Temo a los caballos de madera, a la ginebra barata y a las chicas guapas. Sobre todo cuando traen regalos.
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(...) los recuerdos arrastran recuerdos (...)
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La piel del tambor
Mejor un por si acaso que un quién lo iba a decir.
Eso no es una causa justa. Es un recurso personal. Cada uno se las arregla como puede.
(...) el rumor del tiempo que se extingue despacio, o más bien de uno mismo extinguiéndose con aquellas cosas del tiempo a las que se anclan la propia vida y la memoria.
(...) lo malo de las agonías largas es que uno se arriesga a perder la compostura.
Un gesto es una profesión de fe. Y aquello no hubiera sido honorable.
Buena planta y oliendo a dinero.
Nunca actúes bajo el primer impulso. Haz cosas que te diluyan la adrenalina, ocupa las manos y deja libre el pensamiento. Date tiempo.
Era una sonrisa ancha, inquietante. Malditas sean todas las mujeres del mundo, decía la sonrisa. Por su culpa estamos usted y yo aquí, mirándonos a la cara.
Pocas cosas hay tan trágicas en la vida como descubrir algo a destiempo.
Error: todo aquello que no produzca un beneficio a corto, mediano o largo plazo.
Sabía que era inútil -insistió Quart-. Un símbolo, nada más -se quedaba absorto, recordando- ... Pero hay momentos en que ese tipo de cosas tiene su importancia.
(...) experimentó la aguda certeza física de lo perdido: sensación de vacío, inmensa y desesperada tristeza. Caminaban ahora en silencio, pues todo estaba dicho entre los dos; y seguir hablando hubiese requerido palabras que ninguno quería pronunciar.
La campana lo obligaba a separar la espalda del rincón y salir a cuerpo descubierto al centro del ring, mirando las gotas de su propia sangre sobre la lona.
Recordaba aquello de que el plan se hace según la hipótesis más probable, y la seguridad conforme a la más peligrosa.
Serenidad como la que ella tiene y derrocha a cada instante.
La vida tiene dolorosos capítulos que es preciso olvidar a toda leche.
O tal vez, se dijo con una nueva y larga chupada al habano, sólo fuese nostalgia de su juventud, a secas. Y de los sueños que luego la vida se encarga de irte arrancando a mordiscos.
La tabla de Flandes
Nadie es capaz de escarmentar en cabeza ajena.
En materia sentimental, no hay que ofrecer nunca consejos ni soluciones... sólo un pañuelo limpio en el momento oportuno.
En la oscuridad están las mismas cosas que en la luz, sólo que no podemos verlas.
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Cabo Trafalgar
Hay días, concluye, que redimen toda una vida.
Y en la duda, la más tetuda.
Si al marinero le dan de beber, o está jodido o lo van a joder.
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El pintor de batallas
El hombre, recordaba haberle oído decir más de una vez, cree ser el amante de una mujer, cuando en realidad sólo es su testigo.
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Limpieza de sangre
(…) en verdad era el orgullo lo único que nos iba quedando en el bolsillo.
Si es cierto que cada cual arrastra sus fantasmas, los de Diego Alatriste y tenorio no eran serviciales ni amables, ni tampoco grata compañía. Pero, como le oí decir alguna vez encogiendo los hombros con aquel ademán singular tan suyo, que parecía hecho a medias de resignación e indiferencia: cualquier hombre cabal puede escoger la forma y el lugar donde morir, pero nadie elige las cosas que recuerda.
No soy partidario de groseros alardes de taberna ni tampoco de nostalgias líricas; así que , pues el relato lo exige, zanjaré el asunto consignando que a cierto número amé, y que a algunas recuerdo con ternura, indiferencia o –las más veces- con una sonrisa divertida y cómplice: máximo laurel a que puede aspirar varón que sale ileso, con la bolsa poco menguada, la salud razonable y la estima intacta, de tan dulces abrazos.
Era tan bella como Lucifer antes de ser expulsado del Paraíso.
Ignoro si me ruboricé pronunciando tales palabras: mas hay cosas que uno debe decir cuando las debe, y si no lo hace arriesga lamentarlo toda su vida. Aunque a veces lo que lamenta después sea precisamente haberlas dicho.
Y del mismo modo que los amigos y las mujeres no se escogen, sino que te eligen ellos a ti, la vida (…)
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El sol de Breda
Más vale un por si acaso que un quién lo diría.
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La rendición de Breda, Velázquez |
El asedio
-No se puede ganar siempre.
El puente de los asesinos Cuando al soldado le dan de beber, o está jodido o lo van a joder.
Lo que, una vez más, pone de manifiesto que la ficción no es sino una faceta insospechada de la realidad, o viceversa.
(...) Y pocas veces metí la cabeza en nada sin meditar cómo sacarla. Otra cosa es que luego se pueda o no... Pero resulta saludable, y muy de soldado viejo, saber por dónde retirarse si mandan plegar banderas. |
Ojos azules
(...) experimentaba una indefinible nostalgia de algo que apenas había llegado a conocer.