lunes, 17 de julio de 2017

De Un viejo que se pone de pie, de Eduardo Sacheri.

     Si quisiera mitigar mi sentimiento de vergüenza podría decir que estaba muy solo, muy necesitado, muy frustrado. Que esos eran tiempos de un dolor atroz y silencioso. Pero hoy siento que no es excusa. Que no hay excusa para infligir dolor a los otros.

     De nuevo me tocaba ser el derrotado, la víctima, el extraño, el humillado.

     Tal vez Mariana fue la primera en demostrarme que las mujeres adivinan nuestros secretos porque están condenadas a entender mejor el mundo. Y eso me hacía sentir desnudo e indefenso.

     Cada mediodía, al volver a mi casa, me arrancaban el corazón. La sensación de tener un hueco frío en el pecho me duraba hasta la mañana siguiente, cuando Mariana me saludaba sonriendo y me lo colocaba de nuevo en su sitio. Amar a una mujer siempre es lo mismo.

     -Cuanto más viejo me pongo más pienso que somos lo que hacemos, pibe. No lo que decimos. Lo que hacemos.

     (...) como si la vida fuese larga, ancha y profunda, y siempre le sobrase tiempo.

     Seguramente me tocará recordar de nuevo todas estas cosas. Y otras muchas, porque las astillas del pasado nunca se clavan de a una. Y lo que recuerdo se mezclará con lo que no recuerdo. Con lo que dudo. Con lo que olvidé. Con lo que nunca supe y no tengo a quién preguntar.




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