miércoles, 21 de mayo de 2014

Nothomb, Amélie. El sabotaje amoroso.

   

  Ignoro si poseía la facultad de llorar por encargo. Sea como fuere, sus lágrimas resultaban muy convincentes.
     Lloraba con un arte consumado: sólo un poco, de manera que no resultara antiestético, y con los ojos muy abiertos, para no ocultar su magnífica mirada y mostrar la lenta génesis de cada lágrima.

     El error es como el alcohol: uno enseguida se da cuenta de que ha ido demasiado lejos, pero en lugar de tener la sensatez de detenerse para limitar las secuelas, una especie de rabia cuyo origen es ajeno a la ebriedad le obliga a continuar. Ese furor, por raro que pueda parecer, podría llamarse orgullo: orgullo de clamar que, pese a todo, hacíamos bien en beber y teníamos razón al equivocarnos. Persistir en el error o en alcohol adquiere entonces categoría de argumento, de desafío a la lógica: si me obstino, significa que tengo razón, piensen lo que piensen los demás. Y me obstinaré hasta que los elementos me den la razón: me volveré alcohólico, tomaré partido a favor de mi error, esperando a desplomarme bajo la mesa o a que se burlen de mí, con la vaga y agresiva esperanza de convertirme en el hazmerreír del mundo entero, convencido de que al cabo de diez años, de diez siglos, el tiempo, la Historia o la Leyenda acabarán dándome la razón, lo cual, por otra parte, ya no tendrá ningún sentido, ya que el tiempo lo relativiza todo, ya que cada error y cada vicio vivirá su edad de oro, porque equivocarse o no es siempre una cuestión de época.
     De hecho, las personas que se obstinan en sus equivocaciones son místicos: porque saben perfectamente, en su fuero interno, que están invirtiendo a largo plazo, que estarán muertos mucho antes de la revisión de la Historia, pero se proyectan al porvenir con mesiánica emoción, convencidos de que les recordarán, de que en el siglo de oro de los alcohólicos, alguien dirá: "Fulano, asiduo de bar, fue un precursor", y que, en el apogeo de la Estupidez, les rendirán culto.

     Ahí tenía que marcharme enseguida o iba a pronunciar las palabras irreparables.
     Di media vuelta y busqué un sitio donde pisar. 

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