viernes, 23 de marzo de 2012

Steinbeck, John.


Las uvas de la ira

Cuando un coyote está a lo suyo, inocente, dulce, pasándolo bien sin hacer daño a nadie, es que hay un gallinero cerca.

Y siempre que tuviera un poco de dinero, un hombre podía emborracharse. Las aristas blandas y el calor. Entonces no existía la soledad, porque un hombre podía poblar su cerebro de amigos y encontrar a sus enemigos y destruirlos. Sentado en una zanja, la tierra se suavizaba debajo de él. Los fracasos se disimulaban y el futuro dejaba de ser una amenaza. Y el hambre no acechaba sino que el mundo era suave y fácil y un hombre podía llegar adonde se había propuesto. Las estrellas, tan bajas, estaban maravillosamente cerca y el cielo era blando. La muerte era una amiga y el sueño el hermano de la muerte. Los viejos tiempos regresaban, una niña de pies bonitos que bailó una vez en casa, un caballo, hace mucho tiempo. Un caballo y una silla. Y el cuero era repujado. ¿Cuándo fue aquello? Debo encontrar una chica para hablar con ella. Eso está bien. También podría acostarme con ella. Pero caliente, aquí. Y las estrellas tan bajas y cercanas y la tristeza y el placer tan juntos, en realidad la misma cosa. Me gustaría estar borracho siempre. ¿Quién dice que es malo? ¿Quién se atreve a decir que es malo?





La Perla

Era el ensueño más insensato, y le resultaba muy agradable.


Tortilla Flat

     Las cosas que ocurren no son importantes -dijo-. Pero de todo lo que ocurre se puede sacar una lección. Por la presente aprendemos que un regalo, especialmente si se hace a una mujer, no debe ser de tal naturaleza que requiera un nuevo regalo. También aprendemos que es pecaminoso regalar algo de mucho valor, porque es posible que despierte avaricia. 

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