viernes, 21 de agosto de 2009

Gonzalo Torrente Ballester. La Saga/Fuga de J. B.


(…) armoniosa e imponente, armoniosa e inaccesible, armoniosa y lejana: una imagen que crece hasta llenarlo todo, hasta cubrir el sol y la primavera de los ensueños, mientras la propia imagen se achica hasta desaparecer, avergonzada, por el agujero de ratón más próximo.


Me habló desde tan alto, que casi no se veían sus palabras: me despreció de tal manera, que me sentí propiedad suya. No me miró, y me creí espíritu puro.



Y mi trabajo me costó mantenerlo encerrado, sobre todo en una temporada en que quería que le trajera putas. Yo le decía que cómo iba a traérselas, que lo denunciarían, y él me contestaba que alguna quedaría de las republicanas, capaz de guardar un secreto político en que le iba la vida a un correligionario; pero que si resultaba enemiga, con acogotarla entre los dos y tirarla después al río, listo. ¡Imagínense ustedes, encima de encubridor, puticida!


(…) fue como si el sol hubiera entrado en este sótano.


(…) comprobaría que eso que llama Amor no es otra cosa que el resultado de las perturbaciones cerebrales causadas por la acumulación de semen en las vesículas de Graaf, las cuales, una vez vacías, dejan de enviar venenos al cerebro hasta que vuelven a llenarse. No niego que el ejercicio del sexo sea una actividad placentera, pero también lo es merendarse una empanada de lampreas, y no por eso se nos ocurre inventar una metafísica de la merienda (…)

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