jueves, 23 de julio de 2009

Ernesto Sabato,

Sobre héroes y tumbas


La «esperanza» de volver a verla (reflexionó Bruno con melancólica ironía). Y también se dijo: ¿no serán todas las esperanzas de los hombres tan grotescas como estas? Ya que, dada la índole del mundo, tenemos esperanzas en acontecimientos que, de producirse, sólo nos proporcionarían frustración y amargura; motivo par el cual los pesimistas se reclutan entre los ex esperanzados, puesto que para tener una visión negra del mundo hay que haber creído antes en é1 y en sus posibilidades. Y todavía resulta más curioso y paradojal que los pesimistas, una vez que resultaron desilusionados, no son constantes y sistemáticamente desesperanzados, sino que, en cierto modo, parecen dispuestos a renovar su esperanza a cada instante, aunque lo disimulen debajo de su negra envoltura de amargados universales, en virtud de una suerte de pudor metafísico; como si el pesimismo, para mantenerse fuerte y siempre vigoroso, necesitase de vez en cuando un nuevo impulso producido por una nueva y brutal desilusión.






Abaddón el exterminador



No hay temas grandes y temas pequeños, asuntos sublimes y asuntos triviales. Son los hombres los que son pequeños, grandes, sublimes o triviales.


.


No pudiendo ser locos o suicidas o criminales en la existencia que les tocó, al menos lo son en esos intensos simulacros.


-


(...) y entonces trataba de imaginarse por qué leía sus libros, qué páginas podrían ayudarlo en sus ansiedades, y cuáles, por el contrario, sólo servirían para intensificarlas; qué fragmentos marcaría con ferocidad o alegría, como prueba de su rencor contra el universo, o como confirmación de una sospecha sobre el amor o la soledad.


.


Pocas soledades como la del ascensor y su espejo (pensaba Bruno), ese silencioso, pero implacable confesor, ese fugaz confesionario del mundo desacralizado, el mundo del Plástico y la Computadora.
.

Es como un carnaval siniestro: disfrazados de payasos hay también monstruos.


Pero, claro, indicio desde el punto de vista de los hechos posteriores. Creo que, si conociéramos nuestro futuro, a cada instante veríamos surgir aquí y allá pequeños acontecimientos que lo anunciarían y hasta prefigurarían; no conociéndolo, parecen cosas al azar, casualidades sin significado.


Empecé a tomar, encontraba una triste voluptuosidad en el mareo alcohólico.
.


(…) he afirmado mil veces que el hombre no es algo explicable y que, en todo caso, sus secretos hay que indagarlos no en sus razones sino en sus sueños y delirios.

Como soy propenso a ver cosas que luego se comprueba sólo existieron en mi imaginación, habría terminado deduciendo que había sido un hecho ilusorio más, si una sorda pero tenaz convicción no me siguiese asegurando lo contrario.

(…) comenzó a invadirme la angustia que siempre me han producido los encuentros fortuitos pero importantes en las grandes ciudades: esa sensación de que torpemente recorremos un laberinto y que cuando el azar (?) nos pone delante de una persona que puede ser fundamental, cualquier obstáculo malogra el encuentro.

(…) y yo quedé tan solo como de chico en una pesadilla.

Cometí el error más estúpido que podía cometer: en lugar de callarme el motivo se lo dije (…)

- Hay años en que uno se levanta sin ganas de hacer nada.
.

Uno encuentra lo que consciente o inconscientemente busca. Hablo de los encuentros que tienen destino, no de las idioteces. Si uno tropieza con una persona en la calle, casi nunca ese tropiezo tiene consecuencias decisivas en nuestra vida. Pero sí la tiene cuando ese encuentro no ha sido casual, cuando ha sido provocado por las fuerzas invisibles que operan sobre nosotros. […] El tiempo se encarga de colocar luego los hechos en su debido rango, y cosas que en su inicio parecen triviales se revelan después en toda su trascendencia. Y así, el pasado no es algo cristalizado, como algunos suponen, sino una configuración que va cambiando a medida que avanza nuestra existencia […]
.

(…) que mi mente trabaja en dos planos: el superficial del diálogo y otro más profundo y secreto.



-Dame un whisky -dijo, apenas entró.
La Beba lo miró con ojos inquisitoriales.
-Qué te pasa.
- Nada. Sólo tengo ganas de tomar un whisky. Estoy cansado, muy cansado.



.
.
Su cara parecía arrasada por los vándalos: incendios, violaciones, saqueos. Luego buscó un cigarrillo, que encendió con mano temblorosa.



- Este será el centro de tu realidad, desde ahora en adelante. Todo lo que hagas o deshagas te volverá a conducir hasta aquí.

Los dos estaban solos, separados del mundo. Y, para colmo, separados entre ellos mismos.


La conversación entre ellos era tan dificultosa como una ascensión al Aconcagua de dos convalecientes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario