miércoles, 11 de agosto de 2021

Murakami, Haruki. La caza del carnero salvaje

      Cuando me disponía a hablar, el maitre se acercó a nuestra mesa haciendo resonar con admiración sus zapatos. Con una amplia sonrisa en la cara, me mostró la etiqueta del vino como si me estuviera enseñando la fotografía de su único hijo; cuando asentí con la cabeza, descorchó la botella con un ruido exquisito y me sirvió un poco en la copa para catarlo. Me supo a concentrado de dinero destinado a alimentarme.

     Podría decirse que deambulamos sin rumbo fijo por el gran continente de la casualidad. Del mismo modo que las semillas aladas de ciertas plantas son transportadas por una caprichosa ráfaga de viento.

     Después `del segundo whisky, me asaltó una duda: "¿Qué hago aquí?".

     Todo lo que sé ahora sobre ella no son más que meros recuerdos. Recuerdos que se van alejando cada vez más como células agonizantes.

     Ella asintió y guardó las cartas en el bolso, que al cerrarse hizo un exquisito sonido metálico. Yo me encendí el segundo cigarrillo y pedí otro whisky. El segundo whisky es el que más me gusta. Con el primero, me siento aliviado; y con el segundo, mi cabeza se vuelve más lúcida. A partir del tercero deja de tener encanto. Se trata solo de enviarlo al fondo del estómago. 

    De vez en cuando alguien tosía con un ruido seco similar al sonido que se produce al golpear la cabeza de una momia con unas pinzas para carbón.

     (...) era tan inexpresivo que habría podido atracar un banco sin necesidad de enmascararse.

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