miércoles, 19 de octubre de 2011

Bradbury. Sombras verdes, ballena blanca.






Era todo lo que los hombres desearían si fueran honestos consigo mismos, todo lo que John quería ser y no podía, y para mí un ideal sin esperanzas, un ideal imposible y disparatado que yo podía admirar a la distancia, yo, nacido y criado haciendo cosas con desgano, con arrepentimiento, en base a premoniciones, depresiones y falta de voluntad.

En días como éste, pensé, todas las cosas que nunca hicimos nos piden cuentas, nos desatan los cordones de los zapatos, hacen que nos pique la barba. Que Dios nos ayude en días así a los que no han pagado sus cuentas.

Y nos detiene al salir, de modo que volvemos corriendo al bar para tomar una última Guiness para defendernos de nuestra mujer.

Sentí esa opresión que se siente cuando vemos pasar la belleza y sabemos que no volverá a pasar. Y tenemos ganas de gritar: detente. Te amo. Pero no decimos nada. Y el verano se aleja con su carne que jamás regresará.

No hay comentarios:

Publicar un comentario