Remamos buscando el centro del río, donde la corriente era más fuerte. Una vez allí las piraguas se disiparon como plumas que enganchan de pronto una ráfaga de viento. La velocidad a la que nos alejábamos me hizo un nido en la garganta, no supe si de tristeza o de alegría. Ha de haber sido un poco y un poco, pero a lo mejor un poco más de tristeza, porque, aunque me resistí, terminé dándome vuelta a mirar. Me ha parecido siempre que ese gesto dice más que mil palabras; si el que se va se da vuelta, te quiere; si no, a otra cosa mariposa. Se habían ido todos, la playa estaba desierta.
Era una obra de náufragos y tenía, por lo tanto, un aspecto bastante precario.