Las Catilinarias
No sabemos nada de nosotros mismos. Creemos que nos habituamos a ser nosotros mismos, pero ocurre lo contrario. Cuantos más años transcurren, menos sabemos quién es esa persona en cuyo nombre hablamos y actuamos.
Me di cuenta de que levantaba la voz. Descargaba mis nervios en mi mujer, como un vulgar marido.
Con la falta de coraje que me caracteriza, opté por una solución intermedia (...)
La mente posee sistemas de defensa incomprensibles: se le pide auxilio y en vez de prestar ayuda, sólo aporta bellas imágenes. Y, al fin y al cabo, no anda desencaminada, ya que esas bellas imágenes, si bien no prestan ayuda, significan la salvación momentánea. En tal caso, la memoria se comporta como un vendedor de corbatas en pleno desierto: <<¿Agua? No tengo, pero si lo desea dispongo de un gran surtido de corbatas.>>
Desgraciadamente, yo confundía mis deseos con la realidad.
Pero, ¡qué le vamos a hacer!, uno no escoge ser quien es. Yo no había elegido ser un pusilánime, la vida me lo impuso.
Me di la vuelta en la cama sonriendo, pues acababa de descubrir una verdad desoladora y, a la vez, cómica: la sensatez era el consuelo de los débiles.
Cientos de filósofos lo habían comprendido antes que yo, es verdad. Pero la sabiduría ajena nunca ha servido para nada. Cuando llega el ciclón -la guerra, la injusticia, el amor, la enfermedad, el vecino-, uno está siempre solo, completamente solo, acaba de nacer y es huérfano.
(...) en matemáticas, más por más da más; en cambio, la palabra sí multiplicada por dos equivale siempre a una negación.
Mientras ella me tuviera en estima, yo me creería una persona digna.
Aquella noche me sentí ridículo, mediocre, indigno.