(...) me miraba de reojo, con expresión de estar pensando que mi emoción era el colmo de lo grotesco. Probablemente estaba en lo cierto, pero yo deseaba que se callara: todos tenemos derecho a nuestra pequeña y necia satisfacción, por fin estaba viviendo la mía, esas alegrías eran frágiles, bastaba una sola palabra para acabar con ellas.
Nunca leí tanto como en aquel período: devoraba, tanto para compensar las carencias pasadas como para afrontar la inminente crisis. Aquellos que creen que leer es una evasión están en las antípodas de la verdad: leer es verse confrontado a lo real en su estado de mayor concentración; lo cual, extrañamente, resulta menos espantoso que tener que vérselas con perpetuas diluciones.
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