-La buena suerte no llama a nuestra puerta sino para demostrarnos que no estamos en condiciones de recibirla; que no hemos sabido esperarla, que nuestra casa no está pronta, que no podemos invitarla a que entre.
(La casa y el mundo, Rabindranath Tagore)
viernes, 21 de diciembre de 2012
martes, 18 de diciembre de 2012
Himes, Chester.
Sus pensamientos ahora alimentaban una onza de amargura, una cierta desilusión, algo de la emoción que siente quien evalúa un fracaso.
-Niño, cuando te hagan daño, nunca permitas que se den cuenta.
-Niño, cuando te hagan daño, nunca permitas que se den cuenta.
(Por el pasado llorarás)
martes, 11 de diciembre de 2012
martes, 4 de diciembre de 2012
lunes, 3 de diciembre de 2012
sábado, 1 de diciembre de 2012
Dal Masetto, Antonio.
Aquel cansancio en su voz me desilusionó un poco, porque para mí, lo mío, lo que estaba viviendo en esos días, era único y pretendía que así fuera para todos.
(Oscuramente fuerte es la vida)
viernes, 30 de noviembre de 2012
jueves, 29 de noviembre de 2012
Equipamiento
miércoles, 28 de noviembre de 2012
Mendoza, Eduardo. La isla inaudita
(...) había llegado a la conclusión de que el mundo caminaba solo y de que los planes y programas de los hombres eran tan inútiles como sus sueños. Tres cuartos de lo mismo ocurría en el amor (...)
(...) para competir con la industria cinematográfica norteamericana, se nos ocurrió comercializar lo único que teníamos: unas actrices aparatosas, hembras de culo y teta, como las que producen las razas verdaderamente hambrientas... Había una en particular, que usted con toda certeza no recordará, pero que alcanzó bastante fama en su día. Se llamaba, si la memoria no me es infiel, Sofía Loren: una mujer verdaderamente garrida...
(...) ni usted sabe lo que yo pienso, ni yo lo que piensa usted; nadie sabe lo que piensan las demás personas. A lo sumo, podemos colegir los móviles inmediatos de ciertos actos, y aun eso sin certeza. Créame: no vale la pena hacerse mala sangre ni sufrir inútilmente. Otra ocasión de vivir no se la va a brindar nadie.
Después de todo, y a la vista de lo que nos acaba deparando la vida, ¿no es mejor hacer un poco el indio y perseguir quimeras?
(...) con halagos y mentiras, un método que ella siempre ha juzgado infalible y es, por no decir otra cosa, contraproducente.
viernes, 16 de noviembre de 2012
Cooley, Martha. El archivero.
(...) Para tener una perspectiva de los hechos, ha dicho Carol.
Para eso no hay nada como el Times, ha dicho Len. A no ser, quizá, un martini seco.
(...) Porque nadie sabe quién es en realidad, sólo sabe quién podría haber sido y qué no ha conseguido hacer.
Usted habla de una manera demasiado abstracta, me dice.
(...) Pero siempre llega un momento en que algún punto de la lasitud que me invade se constela de imágenes suyas y entonces es cuando me digo cómo ha podido ocurrir esto.
jueves, 15 de noviembre de 2012
Seguridad
martes, 13 de noviembre de 2012
lunes, 29 de octubre de 2012
Contra reloj
Me estremecí. Entorné los ojos haciendo un esfuerzo por distinguir, por encima del mostrador, un disco blanco y borroso, que antes era un reloj.
-¿Qué hora es? -pregunté.
-Las dos y treinta y dos minutos -respondió el barman -. La última vez que me preguntó la hora, hace cincuenta segundos, eran las dos y treinta y un minutos y diez segundos. Parece como si estuviera usted bebiendo contra reloj.
(Quentin, Patrick. Enigma para actores.)
domingo, 28 de octubre de 2012
miércoles, 24 de octubre de 2012
miércoles, 10 de octubre de 2012
Bakopoulos, Dean
Por favor, no regreses de la Luna
De cualquier modo, no veo mucha diferencia entre las cosas que nunca sucedieron, las cosas que se cree que sucedieron y las cosas que inevitablemente van a suceder. No veo un mundo de diferencia entre nuestros deseos más profundos y nuestros temores más profundos.
Todo se hunde al final.
Hacemos lo que podemos.
domingo, 7 de octubre de 2012
Theroux, Paul. Kowloon Tong
A Bunt le molestaba que el señor Hung hablara bien el inglés. Los chinos de Hong Kong que hablaban el inglés con fluidez siempre eran los más traicioneros. Eran de los que menos te podías fiar, nunca podías creerte lo que decían. Efusivos, falsos, burlones; y su buen inglés significaba que se habían educado en otra parte, fuera de la colonia, donde se habían vuelto desdeñosos y engreídos. Los peores eran los que tenían acento norteamericano. A Bunt le gustaban los lugareños y su mala pronunciación. Loa graduados de las escuelas de Hong Kong no solían hablar bien el inglés y eso ayudaba a conservar intacta la división entre las clases sociales.
miércoles, 3 de octubre de 2012
Nothomb. Antichrista
(...) me miraba de reojo, con expresión de estar pensando que mi emoción era el colmo de lo grotesco. Probablemente estaba en lo cierto, pero yo deseaba que se callara: todos tenemos derecho a nuestra pequeña y necia satisfacción, por fin estaba viviendo la mía, esas alegrías eran frágiles, bastaba una sola palabra para acabar con ellas.
Nunca leí tanto como en aquel período: devoraba, tanto para compensar las carencias pasadas como para afrontar la inminente crisis. Aquellos que creen que leer es una evasión están en las antípodas de la verdad: leer es verse confrontado a lo real en su estado de mayor concentración; lo cual, extrañamente, resulta menos espantoso que tener que vérselas con perpetuas diluciones.
Camiseta
Adams, Douglas. Guía del autoestopista galáctico.
En muchas de las civilizaciones más tranquilas del margen oriental exterior de la galaxia, la Guía del autoestopista ya ha sustituido a la gran Enciclopedia Galáctica como la fuente reconocida de todo el conocimiento y la sabiduría, porque si bien incurre en muchas omisiones y contiene abundantes hechos de autenticidad dudosa, supera a la segunda obra, más antigua y prosaica, en dos aspectos importantes.
En primer lugar, es un poco más barata; y luego, grabada en la portada con simpáticas letras grandes, ostenta la leyenda NO SE ASUSTE.
Esto es lo que la Enciclopedia Galáctica dice respecto al alcohol. Afirma que es un líquido incoloro y evaporable producido por la fermentación de azúcares, y asimismo observa sus efectos intoxicantes sobre ciertos organismos basados en el carbono.
La Guía del autoestopista galáctico también menciona el alcohol. Dice que la mejor bebida que existe es el detonador gargárico pangaláctico.
Dice que el efecto producido por una copa de detonador gargárico pangaláctico es como que le aplasten a uno los sesos con una raja de limón doblada alrededor de un gran lingote de oro.
-La cerveza relaja los músculos; vas a necesitarlo.
-¿Relaja los músculos?
Arthur miró fijamente su cerveza.
-¿Es que he hecho hoy algo malo -dijo-, o es que el mundo siempre ha sido así y yo he estado demasiado metido en mí mismo para darme cuenta?
lunes, 1 de octubre de 2012
Pérz Reverte. Literatura y moral
La literatura, buena, mediocre o mala, profunda, de entretenimiento, o la que combina sin complejos todos los niveles posibles, no tiene obligación moral alguna: cuenta mundos, narra miradas, registra recorridos en los diferentes estratos y situaciones que la vida, y los libros que la exploran, despliegan ante los ojos del lector.
En: http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/705/mezclado-no-agitado/#.UGlNx8HAAe8.facebook
martes, 25 de septiembre de 2012
Leiber, Fritz
Suelo derramar adrede algo de ron sobre mí, pero también bebo cuanto puedo tragar: es un buen analgésico y un perfume masculino aceptable.
(de Un fantasma recorre Texas)
domingo, 23 de septiembre de 2012
sábado, 15 de septiembre de 2012
Saramago
(...) una cosa buena que tiene la ignorancia es que nos defiende de los falsos saberes.
Una pena. Somos, cada vez más, los defectos que tenemos, no las cualidades.
(...) la indolencia es lo más perjudicial que hay para la salud. Peor que la indolencia sólo el tabaco.
(...) peor que no haber milagros es encontrarse con un milagro fallido.
(...) la desolada imagen de un triunfador derrotado.
(de El viaje del elefante)
Una pena. Somos, cada vez más, los defectos que tenemos, no las cualidades.
(...) la indolencia es lo más perjudicial que hay para la salud. Peor que la indolencia sólo el tabaco.
(...) peor que no haber milagros es encontrarse con un milagro fallido.
(...) la desolada imagen de un triunfador derrotado.
(de El viaje del elefante)
jueves, 13 de septiembre de 2012
domingo, 9 de septiembre de 2012
jueves, 30 de agosto de 2012
sábado, 25 de agosto de 2012
jueves, 16 de agosto de 2012
martes, 14 de agosto de 2012
Diálogo
Ha pasado mucho tiempo, Max | Anotaciones sobre una novela de Arturo Pérez-Reverte
-Lo has dicho antes: tu marido era culto, imaginativo y liberal… Pero recuerdo las marcas de golpes en tu piel.
Ella, que ha advertido el tono, lo observa con censura. Después vuelve el rostro hacia la bahía, en dirección al cono negruzco del Vesubio.
-Ha pasado mucho tiempo, Max… Eso es impropio de ti.
No responde. Se limita a estudiarla. Entornados los párpados de la mujer por la claridad del sol, el gesto multiplica el número de pequeñas arrugas en torno a sus ojos.
-Me casé muy joven. Él hizo que me asomara a pozos oscuros de mí misma.
-Y tú lo hiciste conmigo.
-Te gustaba mirar, como a mí. Recuerda aquellos espejos de hotel.
-No. Me gustaba mirarte mientras mirabas.
Una risa súbita, sonora, parece rejuvenecer los ojos dorados de la mujer. Ella sigue vuelta en dirección a la bahía.
-No te dejaste, amigo mío… Nunca fuiste un chico de ésos. Al contrario. Tan limpio siempre, pese a tus canalladas. Tan sano. Tan leal y recto en tus mentiras y traiciones.
-Por Dios, Mecha. Eras…
-Ahora ya no importa lo que era —se ha vuelto hacia él, súbitamente seria—. Pero tú sigues siendo un embaucador. Y no me mires así. Conozco esa mirada demasiado bien.
Se ha echado atrás en el respaldo de la silla. Permanece así un momento, cual si buscara memoria exacta en las facciones envejecidas del hombre que tiene delante.
-Vivías en territorio enemigo —dice al fin—. En plena y continua guerra. Sólo había que ver tus ojos.
-Nunca me gustaron las guerras. Suelen perderse.
-Ahora ya da lo mismo —ella asiente con frialdad—. Pero me gusta que no hayas estropeado tu sonrisa de buen chico… Esa elegancia que mantienes como el último cuadro en Waterloo. Me recuerdas mucho al hombre que olvidé. Aunque has envejecido, y no hablo del físico. Supongo que le ocurre a todos los hombres que alcanzan alguna clase de certidumbre… ¿Tienes muchas certidumbres, Max?
-Pocas. Sólo que los hombres dudan, recuerdan y mueren.
-Debe de ser eso. Es la duda la que mantiene joven, supongo… La certeza es como un virus maligno. Te contagia de vejez.
Mecha ha vuelto a poner la mano sobre el mantel. La piel moteada de vida y años.
-Recuerdos, has dicho. Los hombres recuerdan y mueren.
-A mi edad, sí —confirma él—. Ya sólo eso.
-¿Qué hay de las dudas?
-Pocas. Sólo incertidumbres, que no es lo mismo.
-¿Y qué te recuerdo yo?
-A mujeres que olvidé.
Ella parece advertir su irritación, porque ladea un poco la cabeza, observándolo con curiosidad.
-Mientes —dice al fin.
-Demuéstralo.
-Lo haré… Te aseguro que lo haré. Dame sólo unos días.
Éste es el paisaje que en otoño de 1966 ve el protagonista desde la ventana de su habitación del hotel Vittoria |
-Lo has dicho antes: tu marido era culto, imaginativo y liberal… Pero recuerdo las marcas de golpes en tu piel.
Ella, que ha advertido el tono, lo observa con censura. Después vuelve el rostro hacia la bahía, en dirección al cono negruzco del Vesubio.
-Ha pasado mucho tiempo, Max… Eso es impropio de ti.
No responde. Se limita a estudiarla. Entornados los párpados de la mujer por la claridad del sol, el gesto multiplica el número de pequeñas arrugas en torno a sus ojos.
-Me casé muy joven. Él hizo que me asomara a pozos oscuros de mí misma.
-Y tú lo hiciste conmigo.
-Te gustaba mirar, como a mí. Recuerda aquellos espejos de hotel.
-No. Me gustaba mirarte mientras mirabas.
Una risa súbita, sonora, parece rejuvenecer los ojos dorados de la mujer. Ella sigue vuelta en dirección a la bahía.
-No te dejaste, amigo mío… Nunca fuiste un chico de ésos. Al contrario. Tan limpio siempre, pese a tus canalladas. Tan sano. Tan leal y recto en tus mentiras y traiciones.
-Por Dios, Mecha. Eras…
-Ahora ya no importa lo que era —se ha vuelto hacia él, súbitamente seria—. Pero tú sigues siendo un embaucador. Y no me mires así. Conozco esa mirada demasiado bien.
Se ha echado atrás en el respaldo de la silla. Permanece así un momento, cual si buscara memoria exacta en las facciones envejecidas del hombre que tiene delante.
-Vivías en territorio enemigo —dice al fin—. En plena y continua guerra. Sólo había que ver tus ojos.
-Nunca me gustaron las guerras. Suelen perderse.
-Ahora ya da lo mismo —ella asiente con frialdad—. Pero me gusta que no hayas estropeado tu sonrisa de buen chico… Esa elegancia que mantienes como el último cuadro en Waterloo. Me recuerdas mucho al hombre que olvidé. Aunque has envejecido, y no hablo del físico. Supongo que le ocurre a todos los hombres que alcanzan alguna clase de certidumbre… ¿Tienes muchas certidumbres, Max?
-Pocas. Sólo que los hombres dudan, recuerdan y mueren.
-Debe de ser eso. Es la duda la que mantiene joven, supongo… La certeza es como un virus maligno. Te contagia de vejez.
Mecha ha vuelto a poner la mano sobre el mantel. La piel moteada de vida y años.
-Recuerdos, has dicho. Los hombres recuerdan y mueren.
-A mi edad, sí —confirma él—. Ya sólo eso.
-¿Qué hay de las dudas?
-Pocas. Sólo incertidumbres, que no es lo mismo.
-¿Y qué te recuerdo yo?
-A mujeres que olvidé.
Ella parece advertir su irritación, porque ladea un poco la cabeza, observándolo con curiosidad.
-Mientes —dice al fin.
-Demuéstralo.
-Lo haré… Te aseguro que lo haré. Dame sólo unos días.
sábado, 11 de agosto de 2012
Balzac.
Parecía conocer el secreto de esas débiles resistencias, de esos combates con los que los hombres se defienden ante sí mismos, y que les sirven para justificar sus actos censurables. (Papá Goriot)
martes, 31 de julio de 2012
lunes, 30 de julio de 2012
Nothomb, Amélie. Una forma de vida
Deseo existir para usted. ¿Es pretencioso? No lo sé. Si lo es, lo siento. Es lo más auténtico que puedo decirle: deseo existir para usted.
La carta se dirige a un lector más que cualquier otro escrito. Me puse a esperar la respuesta de este último con una angustia difusa. Curiosamente, no se trataba de impaciencia. la ausencia de respuesta hubiera sido una reacción aceptable.
(...) Estas certezas optimistas, tan típicas de la ignorancia, me oprimían el corazón.
La experiencia demuestra que ninguna misiva será recibida como imaginamos, así que mejor no imaginar nada.
(...) pero duró los años de la infancia, es decir, siglos.
(...) las tareas embrutecedoras ayudan a vivir, lo he observado muchas veces.
Rápidamente, aquel intercambio se convirtió en lo más importante de mi vida, en la que, dicho sea de paso, no ocurren demasiadas cosas. Me sentía incapaz de contarle la verdad. La situación hubiera podido eternizarse. Ése era mi deseo.
Cain, James M.
El cartero llama dos veces
--Ésa es una de las cosas que el jurado podría creer, tal vez. Ofrece ese aspecto de cosa inverosímil que generalmente tiene la verdad. Sí, sí; es posible que el jurado se lo creyese.
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