-No meta más papeles en mi casa -me decía-. Yo le alquilo la pieza para dormir, no para que haga la Biblioteca Nacional. Tenga en cuenta que los libros pesan. En una pensión de la calle Paraguay el piso se vino abajo. Y además los libros envenenan la sangre. La tinta pulverizada es un veneno que flota en el aire. Donde hay muchos libros la gente se enferma.
En las novelas policiales todo es conspiración, conjura, secreto. Todas las cosas terminan por encajar, por tener un sentido. ¿No ha visto cómo, dispersos por ahí, hay objetos perdidos, un paraguas roto, un zapato sin cordones, la carta de una mujer, una cajita de fósforos? Pero al final esos objetos que parecían ser parte del azar se convierten en señales del destino. Así, siempre que leemos, vemos cómo todo se completa, nos permitimos soñar con la unidad perdida y reencontrada. Las novelas policiales simulan ser racionalistas, pero son lo único que nos queda de la mística.
Las mujeres lindas viven en un mundo distinto, en una Suiza privada, donde toda la gente es puntual, donde nunca nadie falta a una cita.
Luisa me llamó un día al diario. Me quedé mudo frente al teléfono: yo ya la adoraba con esa veneración sin fallas que se reserva para las mujeres perfeccionadas por la ausencia.
Hizo que la acompañara a la cocina, me sirvió un poco de mate cocido y unas vainillas. Recuerdo la taza blanca, con el asa grande, el borde astillado. La memoria nos deja ese sedimento: detalles sin importancia que son la marca de la realidad. Hablamos de tonterías, no de lo que nos incumbía.
-Yo no me conformaría con eso. Cada libro es una totalidad.
- Eso es una ilusión. Es como decir que una vida es una totalidad. Aunque sea una larga vida, una muy larga vida, nada se completa. Sólo hay capítulos sueltos.
Las historietas, los tangos, las novelas policiales: tarde o temprano descubrimos que dicen la verdad.
(...) muy a menudo las cosas que salen mal empiezan bien, y un segundo antes de caer en la trampa nos decimos qué fácil es la vida.
Calisser me respondió sin ganas, con esa falta de entusiasmo en el rechazo que hace más acabado su efecto. Decir no sin ganas es como decir: yo no te niego nada, te lo niega la compleja máquina del mundo
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