Lars era consciente de que la cafetería como institución contaba con el respaldo de una larga trayectoria. Esta invención había quitado las telarañas de las mentes de los intelectuales ingleses en tiempos de de Samuel Johnson, había erradicado la niebla heredada de los pubs del siglo XVII. La insidiosa combinación de catre, cerveza negra y de malta no había alentado la sabiduría, el ingenio chispeante, la poesía ni la claridad de pensamiento en la clase política, sino el resentimiento mutuo y generalizado, que habìa derivado en fanatismo religioso. Eso y la viruela habían diezmado a una gran nación.
El café había invertido la tendencia. La historia había dado un nuevo giro decisivo... y todo por culpa de unos pocos granos congelados en la nieve que los defensores de Viena habían descubierto tras la retirada de los turcos.
Exhaló un suspiro irregular, fruto del cansancio y la resignación. La clase de resignación que no es filosófica, ni estoica, sino simplemente de cuando uno se da por vencido.
(De La pistola de rayos)
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