lunes, 3 de diciembre de 2018

Macdonald, Ross. El coche fúnebre a rayas

     El camino se convirtió en la calle principal del pueblo. Era un pueblito insignificante, a pesar de la proximidad de Los Ángeles. Todo estaba cerrado, salvo un par de bares. Unos pocos hombres en ropa de trabajo vagaban por los pavimentos vacíos, tambaleándose bajo el doble peso del alcohol y la soledad.

     No era que estuviera empleando su encanto conmigo. Simplemente, tenía encanto.

     A medida que los hombres van envejeciendo, si saben lo que les conviene, empiezan a gustar de mujeres que también están envejeciendo. Lo malo es que la mayoría de ellas están casadas.

     Entré en el club, donde se divertía la multitud vespertina. Rogaban a los naipes o a los dados como pecadores que pidieran al cielo una pequeña gracia. Tiraban convulsivamente de las manijas de las máquinas, como si éstas fueran computadoras que responderían a sus preguntas. ¿Estoy envejeciendo? ¿He fracasado? ¿Soy un inmaduro? ¿Ella me ama? ¿Por qué él me odia? Vamos, suerte, inúndame de vida, y libertad y felicidad.

     Llamé a Harriet. Mi voz resonaba por la casa. Me sentí como un médium autoengañado que intentara evocar los espíritus de los muertos. Descendí desganadamente los escalones, y con mayor desgano aun atravesé el dormitorio del frente hacia el cuarto de baño. Creo que olí la sangre antes de verla.


miércoles, 8 de agosto de 2018

Nothomb, Amélie. Riquete el del Copete

(...) nada mejor que ser mediocre para pensar bien de uno mismo.

-Si me sientes, no es tan malo.
- Te siento, y eso significa que siento cuando no estás.
-Cuando sabes que será colmada, la ausencia es buena.
-Nunca lo es.
-No te quejes tanto. No eres tan desgraciado.
Entendió que no debía insistir.

     Resolvieron la cuadratura del círculo: al éxtasis hipnótico de los comienzos amorosos se le añadía la tranquila certeza de la eternidad. Este amor se ahorró cualquier juramento, candado verbal de la gente de poca fe.

     En realidad, lejos de sentirse cómplices, Déodat y Trémierère comulgaban gracias a la inquietante extrañeza que tan a menudo experimentaban hacia el otro. Cuantas veces, al encontrarse, pensaban, cada uno por separado, "Es él", o "Es ella", con un asombro próximo al terror: "¿Quién es ese personaje tan singular que a partir de ahora ocupa el centro del mundo?"


miércoles, 1 de agosto de 2018

Ilusiones, por William Sansom

     Ya sabía que la vida era en gran medida ilusiones, que aunque ocurrieran cosas maravillosas, muchos desengaños vendrían a compensarlas; también sabía que la vida podía ofrecer algo peor aún: la posibilidad de que no ocurriera absolutamente nada. Y esto último siempre era mucho más probable en una gran ciudad concentrada en sus propios asuntos.
(Una mujer poco frecuente)

martes, 26 de junio de 2018

Moraleja, por Ruiz Zafón

     (...) la única moraleja que se puede sacar de esta historia, o de cualquier otra, es que, en la vida real, a diferencia de la ficción, nada es lo que parece...
(Las luces de septiembre)


miércoles, 21 de marzo de 2018

El caballero que cayó al mar, H. C. Lewis.

Como si por primera vez se diera cuenta de que todos los molestos problemas de su vida eran irrelevantes e intrascendentes; y aún así se avergonzaba de haberlos tenido en el mismo mundo que ahora creaba una situación como esa.

Imaginó que nunca olvidaría la intensidad de ese momento.

Por lo demás, la vida transcurría plácidamente, casi sin murmurarle en los oídos.



miércoles, 7 de marzo de 2018

El expediente Archer, de Macdonald. Comparaciones, etc.

(...) -dijo con una sonrisa ladeada como una grieta causada por el calor en un melón.

     Sus ojos se estaban encendiendo, como si la perspectiva de la violencia le excitara.

     Los músculos de su brazo se movían como serpientes drogadas.

     (...) traté de darle un golpe en la nuca. Tenía la parte trasera del cuello abultada y dura como un tronco de secuoya.

     El sol estaba bajo cuando llegué a Palm Springs; emitía un fulgor rojo apagado como la colilla de un puro colocada en equilibrio sobre el borde del horizonte.

     Nos dirigimos al mar, que relucía al pie de la ciudad como un trozo de cielo caído.

     Pisó el acelerador mientras sorteaba el tráfico del mediodía por el paseo marítimo. Las palmeras pasaban a toda velocidad como locos desgreñados corriendo por la orilla del mar de azogue.

     El Cadillac se hallaba aparcado junto a la terraza con parras, como un objeto en un anuncio a cuatro colores.
   
     La puerta tenía una pequeña ventana rectangular. Se abrió deslizándose, y un ojo verde relució como una esmeralda imperfecta a través de la abertura.

     Para entonces el sol se había puesto sobre el mar. En el lado oeste del cielo había cirros de colores como garabatos infantiles.

     Sus ojos se volvieron pequeños y metálicos, como cabezas de clavos en la masa de su cara.

     Sus ojos se endurecieron y relucieron como lascas de mineral de cobre a la sombra de su sombrero.

     Era un pueblo sin actividad, atiborrado de dinero y aturdido por el sol. Investigué sobre el señor Parish. Su oficina estaba encima del cine mexicano. La escalera estaba oscura como un túnel después del resplandor de la calle. Avancé a tientas por el pasillo del segundo piso y atravesé una puerta maltratada que daba a una sala de espera. Sus muebles combados y sus revistas viejas podrían haber pertenecido a un dentista anticuado con pacientes de ingresos ínfimos. En el aire flotaba un olor a miedo y desesperanza como un gas sutil.

     A lo lejos, por encima de las copas de los árboles, la torre del Ayuntamiento destacaba con su color blanco contra el cielo, un símbolo de la ley y el orden y la prosperidad. Arranqué violentamente. Tras su fachada pacífica, la tarde se hallaba preñada de problemas. Como un monstruo luchando por ser expulsado del vientre azul del cielo.

     La luz en la autopista era roja. Lancé una mirada a Green. Regueros de lágrimas brillaban en su cara como estelas de caracol.

     -No puede ayudarme. -Me miró a través de la verja de alambre con algo parecido a la arrogancia patética, como un león que hubiera envejecido en cautividad-. Lárguese.

     (...) Se puso su sombrero ancho y se lo ató debajo de la barbilla como si fuera a ayudarle a mantener la cara unida.

     Sonrió como un cadáver en las manos de un diestro empleado de pompas fúnebres.

      (...) -Hizo una mueca, como si el filo de la navaja de la memoria le estuviera haciendo daño.


     Me miró a la cara, preguntándose si podía confiar en mí. Habló con voz indecisa:
     -Si está seguro de que está haciendo lo correcto...
     -Nadie lo está nunca.


     Mientras viajaba a la ciudad desde el sur, vi sus campos de aviación privados, sus manadas de alazanes y vacas escocesas, y sus vastas extensiones de algodón. También vi las cabañas y las barracas sin pintar y los campings para caravanas donde los trabajadores inmigrantes vivían en peores condiciones que los animales. Los animales valían dinero.


     Era muy joven; tal vez no pasaba de los veinte. La observé a una distancia estética con un poco de remordimiento.

     No le pregunté a qué se refería. Esperé a que continuara. Le llevó un rato, pero no me importaba. Me conformaba con estar sentado frente a ella mientras los segundos que pasaban tejían algo parecido a una intimidad silenciosa.



     Era una mala hora, y en algunos lugares el tránsito se arrastraba como una serpiente malherida.
(En La mirada del adiós)

jueves, 15 de febrero de 2018

Ángel de los brolis

      Y por último : existe -diversas experiencias lo confirman- un ángel que pone los libros en las manos correctas y, no siempre pero sí muchas veces, evita que caigan en las incorrectas.
(Adelbert von Chamisso, La maravillosa historia de Peter Schlemihl)

Globo, por Crist


jueves, 1 de febrero de 2018

Precisión y objetivo de la vida, médicos, por Burgess.

     No parecía muy feliz; con el ceño fruncido se dedicaba con precisión a su tarea como el cirujano que se encuentra salvándole la vida a su peor enemigo.


     -¿Cuál es el objetivo de la vida? -le preguntó Enderby.
     Al médico se le iluminó el semblante ante esa pregunta. Era lo suficientemente joven como para tener respuestas, respuestas que recordaba con toda claridad de las discusiones llenas del humo de las pipas de cuando era estudiante.
     -El objetivo de la vida -contestó con rapidez- es vivirla. La vida misma es el fin de la vida. La vida es el aquí y el ahora y lo que uno pueda sacar de eso. La vida es vivir cada centímetro cuadrado y cada minuto. El fin es el proceso. La vida es lo que usted hace que sea. Sé lo que me digo, créame. Después de todo, soy médico.
(Burgess, Anthony. Enderby por dentro)


lunes, 15 de enero de 2018

Época, según Stan.

¡En mi época los zeppelines caían del cielo como lluvia!

Piratas, por Parés.


M. John Harrison. Preparativos de viaje

(...) fogatas que volvían la noche ambigua (...)

(...) sólo las gruesas alfombras y los vestigios de prudencia atemperaban los chillidos de codicia y envidia, de indignación y creciente horror amorfo.
     -En fin -se decían una a otra, levantándose torpemente, mirando por encima de la mesa con gemidos de violencia encubierta-, estuvo precioso, de veras.

     Toda historia es una copa tan vacía que se puede beber de ella sin cesar.

     En una época leí todo lo que encontraba sobre el tema -dijo-. Creo que sé qué quiere decir la frase.

     Ya saben cómo es. El Chelsea pierde en su cancha dos a cero con el Portsmouth y uno quiere irse a casa y clavarse un hacha en la cara. Lo quiere hacer de veras, clavársela en la cara. Se lo dice a los amigos y ellos ni escuchan. Normalmente uno lo pensaría dos veces. ¿Qué clase de ruido hará? Eso lo intimida. Pero esta vez uno piensa: "Dos a cero. Pero sí, qué tantas vueltas. Agarro y lo hago. Esta vez sí que lo hago. Chonc. Hachazo en la cara".
     Es fácil. Hay quien lo hace y ni siquiera por el fútbol.

     (...) y me pasé el resto de la noche escuchando aterrizar aviones en el aeropuerto de Manchester, al oeste, cada cual tronando por su declinante espiral de insatisfacción.

     Los jóvenes pueden encogerse de hombros, raparse, hacer horas de cola bajo la lluvia para conseguir una entrada, estrellarse con una moto, jugar con un arma. Pero los demás estamos en hilera, con un elegante toque gris en el pelo, mirando pasar los coches, preguntándonos si alguna vez nos atreveremos a cruzar de nuevo la calle.

     Dijo que empleaba citas de otros porque en sus propias opiniones le costaba confiar.