Estaba asustado, y ya podía estarlo. Imaginaba aquellos pesares; aquellas euforias.
De todos mis recuerdos de aquella época permanece una leve sensación de bochorno. Yo no era del todo lo que fingía ser.
Los cuartos de baño poseían enormes retretes que eran como un trono, con asientos de madera, y las bañeras parecían hechas para dejar en ellas novias recién asesinadas; (...)
¿Qué puedo hacer sino quedarme de pie sobre este promontorio que se desmorona y contemplar el pasado mientras mengua en la distancia?
Detecté en mi voz ese tono siniestro, empalagoso y falso de quien quiere parecer inofensivo, la voz de un malicioso viejo verde.
Busco a tientas los huecos, los lugares vacíos, mi mente se mueve como los dedos de un ciego sobre las palabras, que siguen negándose a entregarme su secreto.
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