El enigma de París
Cuando uno toca aquello con lo que ha soñado, lo que le sorprende no son los detalles sino el hecho de que se trate de algo real, compacto, cerrado sobre sí mismo, sin esa urgencia por cambiar de forma que tienen las personas y las cosas en los sueños; es un deleite y una decepción a la vez, porque significa que la fantasía tenía una base real, pero también que la fantasía ha terminado.
Había en ese encono algo puro y verdadero que no se parecía en nada al resto de su vida. Aquel odio era él.
Sé, por experiencia propia, que nadie es aquello que quiso ser: todos aspirábamos a otra cosa distinta, un ideal que no quisimos manchar acercándolo a la vida real.
--La experiencia es engañosa: nos enseña que alguna vez ya hicimos esto que estamos haciendo ahora. Nada más falso. Todo ocurre por primera vez.
(...) adoptó el tono grave y ambiguo de quienes han aprendido que nada se parece tanto a la sabiduría como la imprecisión.
--Entonces fue un sueño --dijo--. Eso no es tan malo, después de todo. Un sueño puede volver a soñarse.
--Pero los niños dejan de ser niños. Y aquello con lo que soñaban se transforma, se borra, se corrompe.
--Yo sigo soñando con las mismas cosas --respondí, sin saber si mentía o decía la verdad.
Cuando uno toca aquello con lo que ha soñado, lo que le sorprende no son los detalles sino el hecho de que se trate de algo real, compacto, cerrado sobre sí mismo, sin esa urgencia por cambiar de forma que tienen las personas y las cosas en los sueños; es un deleite y una decepción a la vez, porque significa que la fantasía tenía una base real, pero también que la fantasía ha terminado.
Había en ese encono algo puro y verdadero que no se parecía en nada al resto de su vida. Aquel odio era él.
Sé, por experiencia propia, que nadie es aquello que quiso ser: todos aspirábamos a otra cosa distinta, un ideal que no quisimos manchar acercándolo a la vida real.
--La experiencia es engañosa: nos enseña que alguna vez ya hicimos esto que estamos haciendo ahora. Nada más falso. Todo ocurre por primera vez.
(...) adoptó el tono grave y ambiguo de quienes han aprendido que nada se parece tanto a la sabiduría como la imprecisión.
--Entonces fue un sueño --dijo--. Eso no es tan malo, después de todo. Un sueño puede volver a soñarse.
--Pero los niños dejan de ser niños. Y aquello con lo que soñaban se transforma, se borra, se corrompe.
--Yo sigo soñando con las mismas cosas --respondí, sin saber si mentía o decía la verdad.
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