jueves, 11 de noviembre de 2010

Y más Inodoro






















De Santis, Pablo




El enigma de París



Cuando uno toca aquello con lo que ha soñado, lo que le sorprende no son los detalles sino el hecho de que se trate de algo real, compacto, cerrado sobre sí mismo, sin esa urgencia por cambiar de forma que tienen las personas y las cosas en los sueños; es un deleite y una decepción a la vez, porque significa que la fantasía tenía una base real, pero también que la fantasía ha terminado.


Había en ese encono algo puro y verdadero que no se parecía en nada al resto de su vida. Aquel odio era él.


Sé, por experiencia propia, que nadie es aquello que quiso ser: todos aspirábamos a otra cosa distinta, un ideal que no quisimos manchar acercándolo a la vida real.



--La experiencia es engañosa: nos enseña que alguna vez ya hicimos esto que estamos haciendo ahora. Nada más falso. Todo ocurre por primera vez.


(...) adoptó el tono grave y ambiguo de quienes han aprendido que nada se parece tanto a la sabiduría como la imprecisión.


--Entonces fue un sueño --dijo--. Eso no es tan malo, después de todo. Un sueño puede volver a soñarse.


--Pero los niños dejan de ser niños. Y aquello con lo que soñaban se transforma, se borra, se corrompe.
--Yo sigo soñando con las mismas cosas --respondí, sin saber si mentía o decía la verdad.

Wimpi






Ventana a la calle

Siempre parecen pavadas, para el que no entiende, las cosas capaces de ir formando una dicha.


Y él se le arrimó, se le arrimó inseguro, con ese paso cobarde de loro en el patio.


El tipo habla mal, por ejemplo, de las mujeres y de los médicos para vengarse de quienes le tienen la vida en un puño. Pero ninguno de los chistes sangrientos que el tipo inventó sobre los médicos y contra las mujeres le sirvió, todavía, para prescindir del sanatorio o del matrimonio.


El cómico, al reír se burla.
El satírico, al reír se venga.
El humorista, al sonreír, compadece.
Es el único que mantiene intacta, adentro, la gracia de una ternura.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Batman bibliotecario





Revista Batman. Año VIII, nº 226
Milligan, P. y Aparo, J.
Grupo Editorial Vid: México, octubre 1996.

Algo más de Inodoro...














































































Kesey, Ken











Alguien voló sobre el nido del cuco






Quiero mirar uno de esos libros, pero me da miedo hacerlo. Me asusta hacer cualquier cosa. Siento como si flotase a media altura en el polvoriento aire amarillo de la biblioteca. Las filas de libros se balancean sobre mi cabeza, enloquecidas, zigzagueantes, forman infinidad de ángulos entre sí. Un estante se ladea un poco hacia la izquierda, el otro hacia la derecha. Uno se inclina sobre mi cabeza y no comprendo cómo no se caen los libros. Y en esta posición se extiende muy, muy arriba, hasta perderse de vista; por todas partes me rodean desvencijadas filas de libros apuntaladas con listones y tarugos para que no se caigan, sostenidas por largas varas, apoyadas contra escaleras. Si cogiese un libro, sabe Dios qué terrible desastre podría desencadenar.


--No tienes por qué intentar excusar mis defectos, amigo. No va con tu carácter ni tampoco mejora el mío.


Dijo que un hombre que lleva tanto tiempo callado tendría probablemente bastantes cosas que decir y se recostó en la almohada y esperó. Estuve un minuto pensando qué podría decirle, pero lo único que se me ocurrió fueron cosas de esas que un hombre no puede decirle a otro, porque no suena bien cuando se pone en palabras.

Luego --mientras seguía parloteando--, las luces traseras de un coche que pasaba iluminaron su rostro y en el parabrisas se reflejó una expresión que sólo había podido ver la luz porque él suponía que ninguno de los que íbamos en el coche la vería en la oscuridad, una expresión terriblemente fatigada y tensa y enloquecida, como si apenas le quedara tiempo para algo que tenía que hacer...