Mientras tanto la vida se cerró tan de golpe como una cortina barata y ellos se vieron menos.
(...) productos de una sensibilidad reprimida, admitida demasiado tarde, rodando por las plataformas desintegradoras de la edad y el pánico existencial.
Acto seguido colgó el auricular en el aparato y lo miró: plástico crema envejeciendo en calma hacia el color del alquitrán de cigarrillo.
Siguió un mes de días de lluvia, uno tras otro con una especie de malicia cuidadosa, calculada. En la ciudad las luces se encendían más temprano.
(...) y se quedó mirando la ventana del mail mientras la ruleta de las cosas vacilaba entre borrar y enviar.
(M. John Harrison. La tierra hundida ya vuelve a levantarse)