(...) experimenté una repentina iluminación, esa súbita epifanía que acontece tan a menudo en cierto instante del proceso de embriaguez
Además, ¿quién tiene autoridad para decir que lo que vemos cuando estamos borrachos no es la realidad y que el mundo sobrio no es sino una borrosa fantasmagoría?
-¿Qué voy a hacer?- imploró Marcus mirándome con aquellos ojos ardientes por el sufrimiento.
Ah, viejo amigo, pensé, sintiéndome repentinamente agotado, ¿qué vamos a hacer cada uno de nosotros? Me aproximé al aparador y lo abrí. Al diablo la prudencia. Había llegado el momento de descorchar el brandy.
Estoy acabado. Soy un saco de dolor, de arrepentimiento, de culpa. Y, sin embargo, a menudo fantaseo con la posibilidad de que en algún lugar de esa infinidad de creaciones imbricadas exista otro yo por completo distinto: un tipo deslumbrante, insolente, despreocupado y diabólicamente apuesto a quien odian todos los hombres y de quien se enamoran todas las mujeres, que vive al día, apañándoselas nadie sabe muy bien cómo, y que jamás se dignaría a juguetear con cajas de colores y otras fruslerías semejantes.
(...) elegí ciertas cosas para llevar conmigo almacenadas en mi cabeza y poder visitarlas en los años siguientes con las alas de la memoria -las alas de la imaginación, más bien-, lo que hice a menudo para defenderme de la nostalgia (...)
Parece que algo va a suceder, pero jamás ocurre nada. ¿Veis? Así es el tejido de la memoria, su verdadera trama.
El brillo iridiscente se apagó, igual que si todo hubiese sido plegado y llevado a otra parte. Sí, ese soy yo, el eterno niño desilusionado, desencantado.
El agua rompió a hervir. Preparé el té y puse la tetera sobre la mesa, una delicada nube de vapor se escapaba del pitorro dibujando espirales igual que un genio desganado intentando materializarse sin éxito.
Después de todo, ¿por qué habría de tener un significado mi vida soñada si no lo tiene mi vida real?
Me sentía como un soldado atrapado en un socavón, bajo bombardeo enemigo, a cuyos pies acaba de caer un obús todavía caliente, que no ha explotado.
Tiendo a asumir que todo es sencillo y obvio y que el único que no comprende lo que sucede soy yo, así que prefiero no decir nada, no preguntar nada y permanecer callado, por temor a que se rían de mí como si fuese un zoquete. Por mi forma de ser busco pasar inadvertido para que los perros de caza pasen de largo con gran algarabía. Esa prudente política solía funcionar bien; ay, pero ya no.
La saludé con cautela. El rechazo que siente hacia mí es profundo, amargo y permanente por razones que solo puedo conjeturar. Imagino que aquellos ojos suyos ven en el fondo de mi alma.
El agua rompió a hervir. Preparé el té y puse la tetera sobre la mesa, una delicada nube de vapor se escapaba del pitorro dibujando espirales igual que un genio desganado intentando materializarse sin éxito.
Después de todo, ¿por qué habría de tener un significado mi vida soñada si no lo tiene mi vida real?
Me sentía como un soldado atrapado en un socavón, bajo bombardeo enemigo, a cuyos pies acaba de caer un obús todavía caliente, que no ha explotado.
Tiendo a asumir que todo es sencillo y obvio y que el único que no comprende lo que sucede soy yo, así que prefiero no decir nada, no preguntar nada y permanecer callado, por temor a que se rían de mí como si fuese un zoquete. Por mi forma de ser busco pasar inadvertido para que los perros de caza pasen de largo con gran algarabía. Esa prudente política solía funcionar bien; ay, pero ya no.
La saludé con cautela. El rechazo que siente hacia mí es profundo, amargo y permanente por razones que solo puedo conjeturar. Imagino que aquellos ojos suyos ven en el fondo de mi alma.
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