El primer golpe me dio en la mandíbula y el segundo en todo el plexo solar; el tercero me alcanzó a unos dos centímetros por debajo del pene. Tres o cuatro rostros danzaron ante mis ojos. A eso siguió un fuerte revés en la nuca, que me lanzó de cabeza sobre un barril de papayas. Lo último que oí fue un estridente ruido metálico que nada tenía que ver con el mariachi ni con el rock chicano ni siquiera con el son de las marimbas. Era como esos silbidos que producen ciertos dolores de cabeza sólo que multiplicado por dos mil y mezclado con la turbadora sensación de que la boca se me había hinchado y de que, supuesto que mis pelotas siguiesen existiendo, tendría que buscarlas a la mañana siguiente entre los cubos de basura amontonados detrás del mercado. De lo demás apenas recuerdo nada.
martes, 23 de mayo de 2017
miércoles, 10 de mayo de 2017
McEwan, Ian. Chesil Beach.
Años después, cada vez que Edward pensaba en ella o hablaba mentalmente con ella, o imaginaba que le escribía o que se la encontraba en la calle, se le antojaba que hacer un relato de su propia vida le habría llevado menos de un minuto, menos de la mitad de una página. ¿Qué había hecho de sí mismo? Se había dejado llevar por la corriente, medio dormido, poco atento, sin ambición, sin seriedad, (...)
martes, 9 de mayo de 2017
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