Me parecía que había tocado fondo. Aunque pensarlo traiga mala suerte. La realidad siempre se apresura a demostrarnos hasta qué punto carecemos de imaginación.
Muy rápidamente, la apreciación de aquella comodidad se vio sustituida por una desagradable constatación de fracaso.
Hay que forzar el destino. Si de mi capacidad de iniciativa dependiera, en la vida nunca ocurriría nada.
Tengo una larga experiencia en materia de separaciones, y sé mejor que nadie el peligro que entrañan: separarte de alguien prometiendo que volveréis a veros es el presagio de las cosas más terribles.
La embriaguez no se improvisa. Es competencia del arte, que exige dar y cuidar. Beber sin ton ni son no lleva a ninguna parte.
Que la primera borrachera suela ser tantas veces milagrosa se debe únicamente a la famosa suerte del principiante: por definición, no volverá a repetirse.
¿Por qué champán? Porque la embriaguez que produce no se parece a ninguna otra. Cada alcohol tiene su particular nivel de pegada; el champán es uno de los únicos que no suscitan metáforas groseras. Provoca que el alma se eleve hacia lo que debió ser la condición de hidalgo en la época en que esta hermosa palabra aún tenía sentido. Hace que te vuelvas gracioso, ligero y profundo a la vez, desinteresado, exalta el amor y, cuando el amor te abandona, confiere elegancia a la pérdida.
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