lunes, 6 de enero de 2014

Nothomb, Amélie. Ni de Eva ni de Adán

(...) nada es tan misterioso como lo que ocurre delante de uno.

(...) que pudiera haber un intercambio telefónico entre los dos me resultaba tan extraño como un viaje en el tiempo.

(...) saqué una enseñanza que, como es lógico, nunca me ha servido (...)

Cada uno tiene sus baluartes reaccionarios, eso no tiene explicación.

Me hacía feliz.
Siempre me alegraba de verlo. Sentía por él amistad y ternura.  Cuando no estábamos juntos lo echaba de menos. Así era la ecuación de mi sentimiento hacia él y aquella historia me parecía maravillosa.
Por eso mismo temía declaraciones que habrían exigido respuestas o, peor aún, reciprocidad. En semejante registro, mentir constituye un suplicio.


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