Sólo sabía que había algo en él que anhelaba una relación distinta con el mundo, no ceñida a lo que se hincha y supura y se aferra y se marchita, sino a lo que permanece constante y majestuoso, único y multitudinario, como las constelaciones de estrellas.
Permaneció recostado un largo rato, sin ver nada salvo el recuerdo de la escurridiza figura intentando una y otra vez percibir lo que había visto en la imagen que había captado. Pero siempre fracasaba. Por fin, completamente agotado, se quedó dormido.
(Manguel, Alberto. El amante extremadamente puntilloso)
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