“Los
términos del discurso político en general tienen un doble sentido. Por un lado
está la definición del diccionario y, por el otro, el significado doctrinario,
que sirve a los intereses del poder.
Tomemos
por ejemplo la palabra “democracia”. De acuerdo con el sentido común, una sociedad
es democrática si la población puede participar de modo significativo en las
decisiones que la conciernen. Pero el significado doctrinario
de la palabra “democracia” es
distinto: hace referencia a un sistema en que las decisiones son tomadas por
sectores de la comunidad empresarial y de las elites relacionadas. Como
explican Walter Lippmann y otros teóricos de la democracia, el público no
es “participante” sino solamente “espectador de la acción”. Lo único que puede
hacer es ratificar las decisiones de sus superiores y brindarle apoyo a uno u otro,
pero no puede interferir en las decisiones que no le incumben (como las de
políticas públicas).
Si
algún estrato de la población se aleja de la apatía y
empieza a organizarse para entrar en
la esfera pública, eso no es democracia, sino más bien una “crisis de la
democracia”, como se la conoce en términos técnicos, o sea, una
amenaza que se debe superar de uno u otro modo (...)
A fines de los años '30 y principios de los años '40, los servicios públicos eran mucho mejores en varios sentidos.
Creo que, entre
otras cosas, por eso parecían más esperanzadas las personas pobres y
desocupadas que vivían en los barrios bajos. Tal vez sea puro sentimentalismo y
tenga que ver con la comparación entre las percepciones infantiles y las
adultas, pero yo creo que es cierto.
Las bibliotecas eran uno
de esos factores. No estaban reservadas solamente para las personas cultas: las
usaba mucha gente. Hoy en día, eso es bastante menos frecuente.
La derecha está impulsando la idea de cobrar para usar las bibliotecas públicas.
Eso es parte de un objetivo más general que
consiste en rediseñar toda la estructura social para que beneficie solamente a
los ricos.
Eliminar de la mente de las personas la capacidad e incluso el deseo de acceder a los recursos culturales ha sido una gran victoria del sistema.
La palabra "libertad" se ha vuelto casi un sinónimo de "capitalismo", como lo muestra el título que eligió Milton Friedman para su libro: Capitalismo y libertad.
(Chomsky, Noam. Cómo funciona el mundo).
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