Fue una noche terrible. Mi corazón latía con tanta fuerza y rapidez que sentía sus golpes en cada una de mis arterias; de vez en cuando, vacilaba bajo el peso de mi horror y mi debilidad y, junto a aquel horror, el más profundo desaliento se adueñaba de mí. Los sueños que había acunado y que, durante tanto tiempo, habían llenado todos mis pensamientos, se habían convertido en un verdadero infierno. Y, como el cambio había sido tan rápido, mi desilusión no tenía límites.
Escribí, pues, pero me costó un gran trabajo y me cansé mucho.
Sentí cómo el sueño se apoderaba de mí y lo bendije, porque me procuraba la bendición del olvido.
(...) los compañeros de la niñez tienen sobre nuestra alma una influencia que no puede suplir ningún amigo conocido con posterioridad. Saben de nuestras primeras inclinaciones, que, aunque después se modifiquen, no se borran jamás de nuestro espíritu, y pueden, gracias a ello, juzgar mejor nuestros actos y ver con mayor claridad la honestidad de sus motivos.
Sentí cómo el sueño se apoderaba de mí y lo bendije, porque me procuraba la bendición del olvido.
(...) los compañeros de la niñez tienen sobre nuestra alma una influencia que no puede suplir ningún amigo conocido con posterioridad. Saben de nuestras primeras inclinaciones, que, aunque después se modifiquen, no se borran jamás de nuestro espíritu, y pueden, gracias a ello, juzgar mejor nuestros actos y ver con mayor claridad la honestidad de sus motivos.
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