Daimón
Posse, Abel
Su vida le parecía ahora lejanísima. Algo así como un error de otros.
Biografía de Lope de Aguirre
Lope de Aguirre (1513?-1561). Denominose el Tirano, el Traidor, el Peregrino. Antiimperialista, declaró guerra desde la selva amazónica, rodeado de monos, a Felipe II, fundando de hecho "el primer territorio libre de América". Demonista. Erotómano tímido pero tenaz. Rebelde. Su crueldad es proverbial. Amoral como un tigre, como una paloma. Aparentemente sólo creyó en la voluntad de poder, en la fiesta de la guerra, en el fervor del delirio (despreciando letalmente a quienes no lo compartían o eran tibios).
Eliminó a sus jefes y a casi toda la gente de la Jornada, unos setenta en total, incluyendo mujeres y frailes. Mató de dos generosas puñaladas a su hija quinceañera para aliviarla de la vida (coincidía con su traicionado Felipe II en que esto es un valle de lágrimas).
Nada mediocre en proyectos a pesar de la pobre circunstancia: consolidar el Imperio Marañón, adueñarse del Perú reforzándose con un ejército de 1.000 negros, avasallar España y dominar el mundo.
(...) La alegría de saltar libres y subirse a la copa de los árboles y sonambulear por los tejados... ¿pero eso cuanto dura?: nada, tal vez sólo dos intensos segundos, largos como el tiempo del sueño y después ¿qué?: nada, la nada..."
Ahora parecía recordar: "¡Y la rabia por lo que no se tuvo, por lo que no se hizo, por los amores, por las venganzas, por todo lo que hubo bueno o malo! ¡El oro, las mujeres, El Dorado! ¡Yo digo que nada está descubierto! ¡Que nada está concluido!"
Velaba Aguirre durante las noches. Nada lo confortaba más que desconfiar, que estar al acecho de la subversión que siempre está en ciernes (la Historia no lo desmentía).
"Entonces lo damos por visto", dijo Aguirre a quien siempre le habían parecido más novedosas las innovaciones de lo siempre mismo, las a veces poco perceptibles variaciones de lo conocido, las escandalosas sorpresas que ofrece lo que se da como obvio.
Era un pingajo, un relicto, un olvido.
(...) chamuyaban sin descanso como si organizasen --o fuesen excluidos-- de alguna conspiración.
Carecían de armonía y de paz. Daban la impresión de haber sido paridos para correr como lobos hambrientos. Sus alegrías eran mínimas en comparación con sus jornadas de sacrificio y esfuerzo. Cuando por fin se los veía quietos era porque hablaban del futuro, haciendo febriles planes que les hacían sentir el presente como mera pérdida de tiempo. Había que comprender que eran víctimas de un dios juguetón que se entretenía en castigarlos concediéndoles lo que ambicionaban.
Antes, cuando orinaba, solía pensar en cosas de Estado; ahora, con las décadas más bien se ponía sentimental.
¡Es como si se hubieran transformado en un hato de maridos...!
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