Retorno a Brideshead
Nos pasábamos los vasos uno a otro hasta reunir seis, algunos con vinos mezclados, pues habíamos equivocado una botella. Entonces había que volver a empezar con tres vasos limpios cada uno y, al tiempo que las botellas se vaciaban, nuestras alabanzas se tornaban cada vez más exóticas:
-... un vinito tímido como una gacela.
- Como un duende.
- Moteado, como el prado de un tapiz.
- Como una flauta que se tañe junto a aguas tranquilas.
-... y éste es un vino viejo y muy sabio.
- Un profeta en su cueva.
-... y éste un collar de perlas sobre un cuello blanco.
- Como un cisne.
- Como el último unicornio.
Y dejábamos la luz dorada de las velas del comedor para salir a la noche estrellada y sentarnos sobre el borde de la fuente, refrescando las manos en el agua y escuchando medio borrachos su chapaleo y gorgoteo entre las piedras.
- ¿Crees que deberíamos emborracharnos todas las noches? -preguntó Sebastian una mañana.
- Sí, yo creo que sí.
- Yo también lo creo.
-A veces- dijo Julia-, siento que el pasado y el futuro se acercan con tanta fuerza por ambos lados que ya no queda sitio para el presente.
Elena
--Pero ¿encontró lo que quería?
--He aceptado lo que encontré. ¿No es lo mismo?
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