El policía y la enfermera la vieron alejarse con el paso cansado y mecánico de quien va a arrojarse al Sena.
Aunque el inmenso salón del Continental ya estaba de bote en bote, seguían llegando hombres y mujeres de todo tipo. Nada más cruzar la puerta, todos cogían una copa de champán con el gesto distraído de quien lleva décadas haciéndolo; luego, al reconocer una cara junto a los maceteros con plantas verdes, gritaban un nombre conocido por todo el mundo y cruzaban el salón protegiendo la copa como en un día de viento fuerte.
El crepúsculo, sobre el que a veces se exagera, daba a ese momento una solemnidad desgarradora.
(En El espejo de nuestras penas)