(...) un vino de mesa en tetrabrick que te deja los labios tan negros como la conciencia.
(...) experimentó esa sensación que se tiene cuando se conoce a un escritor cuyas obras nos entusiasman y al conocerlo todo en él nos disgusta. Queremos no haberlo conocido, porque si el autor de algo que nos agrada es deleznable, nos está diciendo (como si nos hiciera falta) que nosotros también lo somos.
El hotel programado para nuestra estancia era el de más relumbre de la ciudad y allí nos fuimos, aunque ninguno de los dos fuéramos aficionados a los hoteles de lujo, y no por vocación -que para eso nunca escasea-, sino por falta de práctica.
(...) A la memoria de Fermín Maroto van dedicadas estas páginas. Sigan su ejemplo que no el mío y persigan su sueño cualquiera que éste sea, y cualquiera que sea la edad a la que decidan lanzarse a su encuentro. Si no dan con él, habrán descubierto al menos una razón para vivir. Otros no podemos decir lo mismo. Porque si es verdad que todo termina mal, si al otro lado sólo nos espera la muerte, siempre resulta más elegante acabar en ruina que devenir puro escombro. A las primeras se las cuida y estudia, los otros damos con nuestros huesos en un contenedor, donde se tira todo lo que ya no sirve para nada.