Antigua luz
Se me ocurrió soltar alguna frase altisonante, pronunciar alguna solemne admonición --si sales de aquí ahora, ni se te ocurra pensar en...--, pero no encontré palabras, y aun cuando las hubiera encontrado no me habría atrevido a pronunciarlas.
(...) todavía me llega a veces en ciertos días húmedos de verano, y hace que algo pugne por abrirse dentro de mí, una flor atrofiada que empuja procedente del pasado.
De pie junto a la ventana, con un vaso de cristal tallado en la mano, mi colega y yo nos sentíamos como un par de calaveras del Período Regencia mirando desdeñosamente el mundo sobrio y soso que había a nuestros pies. Era mi primera copa de whisky y, aunque nunca llegaría a aficionarme, el solemne y amargo hedor de la bebida y su manera de quemarme la lengua me parecieron presagios del futuro, una promesa de todas las abundantes aventuras que seguramente la vida iba a depararme.
Hay quien afirma que, sin darnos cuenta, nos lo vamos inventando todo, adornándolo y embelleciéndolo, y me inclino a creerlo, pues Madame Memoria es una gran y sutil fingidora. Los pecios que elijo salvar del naufragio general --¿y qué es la vida, sino un naufragio gradual?-- a veces asumen un aspecto de inevitabilidad cuando los exhibo en sus vitrinas, pero son azarosos; quizá representativos, quizá de manera convincente, pero sin embargo azarosos.
Creo que ella me habría esquivado y seguido andando de no haber visto mi expresión de necesidad y desolada súplica.
(...) flotaba en un aturdimiento de ternura e incrédula gratitud.
El mensajero, que tenía un aire de criminal de guerra balcánico (...)
Soy incapaz de describirla, lo que significa que me niego.
(...) y me sentí lento de reflejos y estúpido, y no por primera vez, imagino, ni por última.
Seguía sintiéndome expuesto hasta un punto que me ponía nervioso, como un camaleón que ha perdido su poder de camuflaje.
(...) hombres cobardes o traidores, o ambas cosas, (...)
(...) y por mucho que me esfuerce, por mucho que piense en ello, no me convenzo de lo contrario. Aun cuando me obligara a convencerme de lo contrario a fuerza de pensar, seguiría perdurando el sentimiento, y sería un residuo omnipresente y contrariado, dispuesto a hacerse oír a la menor oportunidad.
poco a poco sus palabras se filtraron en la iniluminable penumbra de mi conciencia egoísta, (...)
A menudo el pasado parece un rompecabezas en el que faltan las piezas más importantes.
Lo que me daba miedo era mi propia pena, el peso de la pena, su ineluctable fuerza corrosiva.
El Mar
El pasado late en mi interior como un segundo corazón.
Se me ocurrió soltar alguna frase altisonante, pronunciar alguna solemne admonición --si sales de aquí ahora, ni se te ocurra pensar en...--, pero no encontré palabras, y aun cuando las hubiera encontrado no me habría atrevido a pronunciarlas.
(...) todavía me llega a veces en ciertos días húmedos de verano, y hace que algo pugne por abrirse dentro de mí, una flor atrofiada que empuja procedente del pasado.
De pie junto a la ventana, con un vaso de cristal tallado en la mano, mi colega y yo nos sentíamos como un par de calaveras del Período Regencia mirando desdeñosamente el mundo sobrio y soso que había a nuestros pies. Era mi primera copa de whisky y, aunque nunca llegaría a aficionarme, el solemne y amargo hedor de la bebida y su manera de quemarme la lengua me parecieron presagios del futuro, una promesa de todas las abundantes aventuras que seguramente la vida iba a depararme.
Hay quien afirma que, sin darnos cuenta, nos lo vamos inventando todo, adornándolo y embelleciéndolo, y me inclino a creerlo, pues Madame Memoria es una gran y sutil fingidora. Los pecios que elijo salvar del naufragio general --¿y qué es la vida, sino un naufragio gradual?-- a veces asumen un aspecto de inevitabilidad cuando los exhibo en sus vitrinas, pero son azarosos; quizá representativos, quizá de manera convincente, pero sin embargo azarosos.
Creo que ella me habría esquivado y seguido andando de no haber visto mi expresión de necesidad y desolada súplica.
(...) flotaba en un aturdimiento de ternura e incrédula gratitud.
El mensajero, que tenía un aire de criminal de guerra balcánico (...)
Soy incapaz de describirla, lo que significa que me niego.
(...) y me sentí lento de reflejos y estúpido, y no por primera vez, imagino, ni por última.
Seguía sintiéndome expuesto hasta un punto que me ponía nervioso, como un camaleón que ha perdido su poder de camuflaje.
(...) hombres cobardes o traidores, o ambas cosas, (...)
(...) y por mucho que me esfuerce, por mucho que piense en ello, no me convenzo de lo contrario. Aun cuando me obligara a convencerme de lo contrario a fuerza de pensar, seguiría perdurando el sentimiento, y sería un residuo omnipresente y contrariado, dispuesto a hacerse oír a la menor oportunidad.
poco a poco sus palabras se filtraron en la iniluminable penumbra de mi conciencia egoísta, (...)
A menudo el pasado parece un rompecabezas en el que faltan las piezas más importantes.
Lo que me daba miedo era mi propia pena, el peso de la pena, su ineluctable fuerza corrosiva.
El Mar
El pasado late en mi interior como un segundo corazón.
Sí, yo era un chico de ésos. O, mejor dicho, hay una parte de mí que sigue siendo la clase de chico que era entonces. Un poco bruto, en otras palabras, con una mente sucia. Como si hubiera de otra clase. Nunca crecemos. O, al menos, yo no.
¿Qué versión fantasmagórica de mí es la que nos mira (...)?
Y la incredulidad, eso también era parte importante de ser feliz, me refiero a esa eufórica incapacidad de creerte del todo tu buena suerte.
Siempre he poseído la convicción, inmune a todas las consideraciones racionales, de que en algún momento futuro y sin especificar, el permanente ensayo que es mi vida, con sus numerosas malinterpretaciones, sus deslices y pifias, terminará, y la obra propiamente dicha, para la que me he estado preparando siempre y con tanto ahínco, comenzará por fin. Es una ilusión muy corriente, lo sé, todo el mundo la tiene.
He llegado a comprender lo poco que la conocía, es decir, qué superficialmente la conocía, qué mal. No es que me culpe por ello. Aunque quizá debería. ¿Fui demasiado perezoso, demasiado desatento, estuve demasiado pendiente de mí? Sí, todas esas cosas, y no obstante no me parece que sea una cuestión de culpa, este olvido, este no haber conocido. Me imagino más bien que esperaba demasiado de ese conocer. Me conozco tan poco, ¿cómo iba a conocer a otro?
¿Podíamos, podía yo, haber actuado de otro modo? ¿Podría haber vivido de otro modo? Infructuosos interrogantes. Naturalmente que podía, pero no lo hice, y ahí reside el absurdo de incluso preguntarlo.
Siempre he poseído la convicción, inmune a todas las consideraciones racionales, de que en algún momento futuro y sin especificar, el permanente ensayo que es mi vida, con sus numerosas malinterpretaciones, sus deslices y pifias, terminará, y la obra propiamente dicha, para la que me he estado preparando siempre y con tanto ahínco, comenzará por fin. Es una ilusión muy corriente, lo sé, todo el mundo la tiene.
He llegado a comprender lo poco que la conocía, es decir, qué superficialmente la conocía, qué mal. No es que me culpe por ello. Aunque quizá debería. ¿Fui demasiado perezoso, demasiado desatento, estuve demasiado pendiente de mí? Sí, todas esas cosas, y no obstante no me parece que sea una cuestión de culpa, este olvido, este no haber conocido. Me imagino más bien que esperaba demasiado de ese conocer. Me conozco tan poco, ¿cómo iba a conocer a otro?
¿Podíamos, podía yo, haber actuado de otro modo? ¿Podría haber vivido de otro modo? Infructuosos interrogantes. Naturalmente que podía, pero no lo hice, y ahí reside el absurdo de incluso preguntarlo.
Copérnico
(...) pues yo había imaginado nuestro encuentro como una piedra preciosa engarzada en la rutilante rueda de la historia.
Yo estaba muy decepcionado, o más bien era consciente de que me estaba ocurriendo algo muy decepcionante, porque yo mismo, mi yo esencial, apenas estaba allí.
La brevedad de la vida, el embotamiento de los sentidos, la apatía provocada por la indiferencia y las tareas inútiles sólo nos permiten conocer pocas cosas; y con el tiempo, el olvido, ese estafador del conocimiento y enemigo de la memoria, nos despoja incluso de lo poco que sabíamos.
Mefisto
Pasó un momento, como algo que portasen cuidadosamente por en medio de nosotros.
Kepler
Se sintió traicionado pero no descontento, como un viejo banquero ingeniosamente desfalcado por su amado hijo.
La tristeza lo dominó, una tristeza intensa, sobrecogedora y tan fugaz como el llanto mientras duermes.
(...) pues yo había imaginado nuestro encuentro como una piedra preciosa engarzada en la rutilante rueda de la historia.
Yo estaba muy decepcionado, o más bien era consciente de que me estaba ocurriendo algo muy decepcionante, porque yo mismo, mi yo esencial, apenas estaba allí.
La brevedad de la vida, el embotamiento de los sentidos, la apatía provocada por la indiferencia y las tareas inútiles sólo nos permiten conocer pocas cosas; y con el tiempo, el olvido, ese estafador del conocimiento y enemigo de la memoria, nos despoja incluso de lo poco que sabíamos.
Mefisto
Pasó un momento, como algo que portasen cuidadosamente por en medio de nosotros.
Kepler
Se sintió traicionado pero no descontento, como un viejo banquero ingeniosamente desfalcado por su amado hijo.
La tristeza lo dominó, una tristeza intensa, sobrecogedora y tan fugaz como el llanto mientras duermes.
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