Me engañaba, como todos los enamorados, le prestaba mi alma y le pedía que hiciera lo que yo haría, y eso es lo que sucede, desde hace milenios. De otro modo, no existiría la literatura.
Sé de algunos sueños en que uno tiene la impresión de recordar, y cree que lo que recuerda es verdadero, luego se despierta y debe concluir, de mala gana, que esos recuerdos no eran los propios. Soñamos con falsos recuerdos.
(...) Ah, si pudiera, quisiera olvidarme de todo, dicen. Sólo yo sé la verdad: olvidar es atroz.
(...) Ya sabes que las citas son mis únicos faros en la niebla.
(...) El primer mandamiento dice que no tendrás a otro Dios más que a él. Así ese señor te prohíbe pensar, qué sé yo, en Alá, en Buda o incluso en Venus, que, la verdad, tener como diosa a una tía que está más buena que un pan no está nada mal. Pero quiere decir también que no tienes que creer, qué sé yo, en la filosofía, en la ciencia, y que no debe ocurrírsete que el hombre desciende del mono. Sólo él, nadie más. Ahora presta atención, que todos los demás mandamientos son fascistas, están hechos para obligarte a aceptar la sociedad tal cual es. (...)
Pero las estrellas, la Vía Láctea y el sol no saben que tienen que morir y no se lo toman a mal. En cambio, de la enfermedad del universo nacimos nosotros, que por desgracia nuestra somos una panda de listos y hemos entendido que hay que morir. Por lo cual, no sólo somos las víctimas del Mal sino que encima lo sabemos. Qué alegría, tú.
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