Sólo era capaz del odio circunstancial, el más cerril que existe, el que sentimos por las personas que impiden que nuestros deseos se cumplan. Maldijo a Lavalle, pero no se fue. Permaneció en su hueco, humillado.
El recuerdo llegaba de forma súbita, como una puntada de dolor, como el despertar amargo después de un sueño venturosos.
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