Publicado en La Nación, 22 de marzo 2015. |
sábado, 28 de marzo de 2015
domingo, 8 de marzo de 2015
Desde luego... por Philip Roth.
Desde luego, no debería sorprendernos el descubrimiento de que en nuestra vida ha habido un acontecimiento, algo importante, de lo que no sabíamos nada. Nuestra vida es en sí y por sí misma algo de lo que sabemos muy poco.
(...) y, con el corazón latiéndome como si me dispusiera a cruzar la frontera del estado para cometer un asesinato, me encaminé a la avenida Chancellor y subí a un autobús con destino a Nueva York.
Fue una estupidez. Sentimental, mojigato y estúpido, y tampoco fui muy clarividente.
Cada alma su propia fábrica de traición, por la razón que sea: supervivencia, excitación, avance, idealismo, por el daño que es posible hacer, por el dolor que se puede infligir, por la crueldad y el placer que hay en ella. El placer de manifestar tu poder latente. El placer de dominar al prójimo, de destruir a tus enemigos. Los sorprendes. ¿No es ése el placer de la traición? El placer de engañar a alguien. Es una manera de pagar a la gente por la sensación de inferioridad que despiertan en ti, de la humillación que te causan, de tu frustración en tus relaciones con ellos. Su misma existencia puede ser humillante para ti, ya sea porque no eres lo que ellos son o porque ellos no son lo que tú eres. Y así les das su merecido.
Desde luego, los hay que traicionan porque no tienen alternativa.
Porque aquello que los fuertes son capaces de hacer es espantoso, y lo que son capaces de hacer los débiles también lo es.
No debería haber tenido el apetito de experiencia de un ser humano ni la incapacidad humana de conocer el futuro ni la propensión humana a cometer errores.
Pero como también soy un hombre entrado en años, sabedor de las conclusiones muy poco favorables a las que uno puede llegar cuando sondea su vida, no lo hice.
(De Me casé con un comunista)(...) y, con el corazón latiéndome como si me dispusiera a cruzar la frontera del estado para cometer un asesinato, me encaminé a la avenida Chancellor y subí a un autobús con destino a Nueva York.
Fue una estupidez. Sentimental, mojigato y estúpido, y tampoco fui muy clarividente.
Cada alma su propia fábrica de traición, por la razón que sea: supervivencia, excitación, avance, idealismo, por el daño que es posible hacer, por el dolor que se puede infligir, por la crueldad y el placer que hay en ella. El placer de manifestar tu poder latente. El placer de dominar al prójimo, de destruir a tus enemigos. Los sorprendes. ¿No es ése el placer de la traición? El placer de engañar a alguien. Es una manera de pagar a la gente por la sensación de inferioridad que despiertan en ti, de la humillación que te causan, de tu frustración en tus relaciones con ellos. Su misma existencia puede ser humillante para ti, ya sea porque no eres lo que ellos son o porque ellos no son lo que tú eres. Y así les das su merecido.
Desde luego, los hay que traicionan porque no tienen alternativa.
Porque aquello que los fuertes son capaces de hacer es espantoso, y lo que son capaces de hacer los débiles también lo es.
No debería haber tenido el apetito de experiencia de un ser humano ni la incapacidad humana de conocer el futuro ni la propensión humana a cometer errores.
Pero como también soy un hombre entrado en años, sabedor de las conclusiones muy poco favorables a las que uno puede llegar cuando sondea su vida, no lo hice.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)