Veía (y aún hoy veo) la identificación con Paulina como la mejor posibilidad de mi ser, como el refugio en donde me libraría de mis defectos naturales, de la torpeza, de la negligencia, de la vanidad.
Me encontré de nuevo en mi pobreza habitual, sintiendo, como después de un sueño, que por un vehemente esfuerzo de la memoria podría recuperar los tesoros perdidos.
Además, empecé a entrever (muy tardíamente, por cierto) una explicación de los hechos y cometí la equivocación de querer confirmarla o desecharla, de no preferir la incertidumbre.
El procedimiento era candoroso, el efecto, burdo, y pensé que no debía juzgar a Oribe con mucha severidad ya que su culpa no era la de un hombre inicuo sino la de un escritor incompetente. Lo pensé en vano. Los argumentos no abatieron mi condenable rencor.